La persona y lo sagrado by Simone Weil

La persona y lo sagrado by Simone Weil

autor:Simone Weil [Weil, Simone]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Sociología
editor: ePubLibre
publicado: 1943-01-01T00:00:00+00:00


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La noción de derecho arrastra tras de sí, de forma natural, por el hecho mismo de su mediocridad, la de persona, pues el derecho tiene que ver con las cosas personales. Se sitúa a ese nivel.

Al añadir a la palabra derecho la de persona, que implica el derecho de la persona a lo que llamamos plenitud, provocaríamos un mal aún más grave. El grito de los oprimidos descendería aún más que el tono de reivindicación: adoptaría el de la envidia.

Pues la persona no se siente plena más que cuando el prestigio social la infla; su plenitud es un privilegio social. No se lo decimos a la gente cuando se le habla de los derechos de la persona; se le dice lo contrario. La gente no dispone de un poder suficiente de análisis para reconocerlo claramente por sí misma, pero lo siente; la experiencia cotidiana le proporciona la certidumbre.

No puede ser para la gente un motivo para rechazar esa consigna. En nuestra época de inteligencia ofuscada no tenemos dificultad alguna en reclamar para todos una parte igual de los privilegios, de las cosas que son por esencia privilegios. Es una especie de reivindicación a la vez absurda y baja; absurda, porque el privilegio por definición es desigual; baja, porque no vale la pena desearlo.

Pero la categoría de los hombres que expresan las reivindicaciones y todas las cosas, que poseen el monopolio del lenguaje, es una categoría de privilegiados. No son ellos quienes dirán que no vale la pena desear el privilegio. No lo piensan. Pero sobre todo sería indecente por su parte.

Muchas verdades indispensables y que salvarían a los hombres no se dicen por una causa de ese tipo; aquellos que podrían decirlas no pueden expresarlas, aquellos que podrían expresarlas no pueden decirlas. El remedio a ese mal será uno de los problemas apremiantes de una verdadera política.

En una sociedad inestable, los privilegiados tienen mala conciencia. Algunos los ocultan con aire de desafío y le dicen a la gente: «Es totalmente razonable que vosotros no tengáis privilegios y yo sí». Los otros dicen con aire de benevolencia: «Reclamo para todos vosotros una parte igual de los privilegios que yo poseo».

La primera actitud es odiosa. La segunda carece de sentido común. También es demasiado fácil.

Una y otra aguijonean al pueblo a circular por la vía del mal, a alejarse de su único y verdadero bien, que no está en sus manos, pero que, en cierto sentido, le es muy cercano. El pueblo está mucho más cerca de un bien auténtico, que sería fuente de belleza, de verdad, de dicha y de plenitud, que aquellos que le otorgan su compasión. Pero al no estar allí ni saber cómo llegar, todo tiene lugar como si estuviera infinitamente lejos. Aquellos que hablan por el pueblo, al pueblo, son igualmente incapaces de comprender en qué angustia se encuentra el pueblo y qué plenitud del bien se encuentra casi al alcance. Y al pueblo le es indispensable ser comprendido.

La desdicha es en sí misma inarticulada. Los desdichados suplican silenciosamente que les proporcionen las palabras para expresarse.



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