La guerra perdida by Jordi Soler

La guerra perdida by Jordi Soler

autor:Jordi Soler [Soler, Jordi Enrigue]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-318-198-3
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México
publicado: 2019-01-15T00:00:00+00:00


8

Conforme me adentraba en la selva, a bordo del todoterreno que alquilé en cuanto me bajé del avión de KLM, comenzaron a salirme al paso un montón de recuerdos que estaban ahí, esperándome. Había sido demasiado ingenuo al pensar que podía pasarme la vida sin regresar a La Portuguesa, y que podía preservarla de la ruina con el acto simple de ignorar su deterioro. Lo que vi en cuanto llegué me hizo recordar lo que había pensado siempre, que la selva es de ellos y que nosotros estábamos de paso, que con el tiempo, de nosotros, que parecíamos los amos y señores de aquella plantación, no quedaría ni rastro, eso fue exactamente lo que vi en cuanto llegué, no que no había ni rastro, que hubiese sido más fácil: vi la forma en que estamos desapareciendo. Ya todo es selva menos la casa ruinosa de Bages que sigue en pie como el último vestigio de aquello que fue un cafetal y una próspera comunidad; todo lo que queda de aquella república sentimental es esa casa ruinosa presidida, y esto fue lo que de verdad me partió el alma, por su ruinosa bandera republicana. «La ruina que sigue a la ruina», pensé. Apagué el motor frente a la casa y permanecí un rato cogido al volante sin decidirme a bajar, acobardado frente a esa ruina, o quizá esperando una señal, en todo caso me pareció un preámbulo pésimo para la operación que me había encomendado mi madre. Precisamente cuando esperaba una señal reparé en la canción que venía oyendo en el iPod, una canción francesa que dice: «la dernière heure du dernier jour, à la bonne heure, à nos amours»; lo anoto porque, por alguna razón, esa idea de «la última hora del último día» no sólo me infundió el valor y la decisión que me faltaban para bajarme del coche, para poner los pies por primera vez en años en esa selva, también me pareció que esa parte de la línea estaba relacionada con el día de la invasión, con el momento en que La Portuguesa comenzó a irse a pique, con el instante en que vi lo que no debí haber visto nunca. Antes de bajar del todoterreno me puse el iPod en el bolsillo, lo hice con un movimiento reflejo del que apenas fui consciente, pero ahora que lo voy poniendo por escrito pienso que bajé con ese pequeño artefacto de la modernidad para que me defendiera del mundo arcaico donde acababa de poner los pies, para que me sirviera de amuleto contra esa selva, o mejor, contra lo que había de mí mismo en ella. Caminé hacia la puerta de la casa sintiéndome protegido, con la determinación que el conjuro de «la última hora del último día» me había insuflado, un hechizo que no sólo eran las palabras y su significado, también el timbre de la voz que las cantaba, la forma en que eran dichas y la música que las sostenía, una fórmula mágica integral que oída en otro momento quizá me hubiera parecido una canción común y corriente.



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