La chica de compañía by Tanguy Viel

La chica de compañía by Tanguy Viel

autor:Tanguy Viel [Viel, Tanguy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-02-20T00:00:00+00:00


Segunda parte

1

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Seminconsciente en la camilla inestable, con todos los rostros inclinados hacia él saliendo de la palestra a cámara lenta y con la mirada vidriosa, veía la boca de todos ellos formando letras grandes y gritando alto por encima de su cuerpo, pero era como si un tabique de algodón lo separase del mundo y no oyera nada; apenas si distinguía la silueta de ella, Laura, que no le soltaba la mano, como si fuera ella, su mano, la que lo mantuviese en el mundo de los vivos. Adivinaba en sus labios las palabras que se dicen en estos casos, su nombre repetido y también que aguantase: Aguanta, papá, parecía articular con el mismo ruido amortiguado, mientras con todas sus fuerzas lo protegía del peso de la multitud que se apiñaba a su alrededor, sobre todo los fotógrafos, que no acababan nunca de alzar las cámaras para soltarle una lluvia de flashes sobre el cuerpo roto, y a lo lejos los quinientos espectadores aún en la penumbra sin entender nada, que no podían entender lo que había pasado, cómo en el ring de luz no había sido él quien alzara los brazos muy alto en señal de victoria, que todos habían dado por sentado que sería suya, sino el otro, Costa, siete años más joven que él, que seguramente no las tenía todas consigo cuando subió al ring veinte minutos antes y aún se estaba preguntando si era cierto, si de verdad había visto desplomarse bajo sus golpes a Max Le Corre.

Todos ellos, los espectadores, cómo iban a saber por qué pareció que le fallaban las piernas bajo el peso del busto, que el rostro se brindaba tan fácilmente a la fuerza de los guantes de su adversario, de repente tan frágil como la llama de una vela que sopla un niño, que se queda un rato vacilante a punto de extinguirse hasta que, sí, la llama cede, y él se acabó cayendo, primero trastabilló y luego cayó, tras titubear cuanto pudo por el ring, con las piernas como bolos tambaleantes que hubieran aguantado un rato antes de volcarse, sujetándose a la cuerda con una mano que también acabó soltándose. Ni siquiera el árbitro se atrevió a empezar demasiado pronto la cuenta atrás, convencido de que al cabo de un segundo Max se levantaría y seguiría lo que quedaba de combate. Pero lo que quedaba de combate, en esa camilla que lo mantenía tumbado, ahora lo disputaban su hija y él, y consistía, en primer lugar, en recabar los añicos de realidad que se dispersaban por el aire como un cristal que se rompe y que sacude el gentío, igual que nos imaginamos que haría el mar embravecido con una chalupa, bamboleándose según el ritmo aleatorio de los camilleros que se abrían paso atravesándolo, el mismo gentío, que oscilaba en todas direcciones y arrastraba a todo el mundo en el mismo flujo de movimientos aventurados; y cabe creer que los gentíos tienen una vida autónoma, una vida que se comparte



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