Fuga sin fin by Joseph Roth

Fuga sin fin by Joseph Roth

autor:Joseph Roth [Roth, Joseph]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1926-12-31T16:00:00+00:00


BAILE Y GIMNASIA.

EDUCACIÓN DEL CUERPO: TENSIÓN-DISTENSIÓN,

ELASTICIDAD, ENERGÍA, IMPULSO, MARCHA, CARRERA,

SALTO, EURITMIA, SENSACIÓN ESPACIAL, COREOGRAFÍA,

ARMONÍA DEL MOVIMIENTO, JUVENTUD ETERNA,

IMPROVISACIONES PARA ACOMPAÑAMIENTO MUSICAL.

Comió, bebió y se fue.

Una vez fuera no reconoció la calle. Las piedras mojadas se habían secado rápidamente. En el cielo se veía el arco iris. Los tranvías sobrecargados renqueaban dirigiéndose hacia las zonas verdes de la ciudad. Los borrachos tropezaban contra sí mismos. Los cines abrían sus puertas. Los porteros, con gorras ribeteadas de dorado, voceaban y repartían hojas a los transeúntes. El sol daba ya en los últimos pisos de las casas. Viejecitas encorvadas andaban por las calles con pequeños sombreros adornados con tintineantes cerezas de cristal. Las señoras tenían el aspecto de haber salido de los cajones que se abren los domingos. Cuando éstas llegaban a las amplias plazas iluminadas por el sol de la tarde, formaban sombras extrañamente largas. Eran tantas que parecía una procesión de fabulosas viejas hechiceras.

Por el cielo pasaban nubes de nácar, como el de los botones de las camisas. Tenían una relación misteriosa, pero claramente perceptible, con las gruesas boquillas de ámbar que sostenían muchos hombres entre los labios.

El sol se hacía cada vez más débil; el nácar cada vez más pálido. Los hombres volvían de los campos de deporte. Traían sudor y levantaban polvo. Las bocinas de los coches aullaban como perros atropellados.

Las prostitutas aparecían en los oscuros portones llevadas por san bernardos y perros de aguas. Porteros fantasmagóricos se arrastraban hacia las aceras pegados a sus sillas y disfrutaban de su hora de descanso.

Las chicas del pueblo gritaban, los proletarios andaban endomingados con sombreros verdes, trajes mal cortados y manos pesadas que parecían sobrarles.

Los soldados se paseaban como objetos de propaganda. Olía a flores húmedas, como el día de difuntos.

Las lámparas de arco, demasiado altas sobre la calle, se balanceaban inseguras como si fueran velas. En los jardines polvorientos se arremolinaban los papeles. Un viento vacilante se levantaba en ráfagas aisladas.

Era como si la ciudad no estuviese habitada. Sólo los domingos venían de vacaciones los muertos de los cementerios.

Se intuían tumbas abiertas que estaban esperando.

Al atardecer Tunda volvió a casa.

El director de orquesta dio una fiesta en su honor.



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