Entusiasmo by Pablo d'Ors

Entusiasmo by Pablo d'Ors

autor:Pablo d'Ors [Pablo d'Ors]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Narrativa
ISBN: 9788417088415
editor: ePubLibre
publicado: 2017-10-09T05:00:00+00:00


Al terminar el partido de fútbol, tras duchar y secar a los dos hermanos y después de haberles vestido por tercera vez en aquella mañana, estuvimos conversando sobre otras cosas, pero por poco tiempo. Germán volvió al cabo sobre el tema que le obsesionaba y, extrañamente paternal, me aconsejó que abandonara mi proyecto de ser cura.

—Búscate una chica guapa y acuéstate con ella cuanto puedas, hazme caso —me dijo—. Un hombre necesita de una mujer que le atienda y que le consuele. Claro que para eso vosotros tenéis a las monjas, ¿me equivoco? —y me brindó una sonrisa tan malévola como banal.

Se estaba poniendo impertinente y, sin embargo, no tuve el coraje de pedirle que se callara. Era más joven que yo, infinitamente menos preparado y con mucha menor dialéctica y elocuencia y, sin embargo, era él quien llevaba la conversación y, más que eso, quien abiertamente me dominaba. Yo le escuchaba como un tonto y asentía a cuanto decía, aunque todo lo que salía de sus labios me parecieran lugares comunes o sandeces. Me resultaba imperdonable y vergonzoso tener que soportar aquello. Tardé en comprender lo que me sucedía: su minusvalía me había puesto en una situación de neta inferioridad. Con su parálisis, él ya tenía una carga más que suficiente; yo no debía amargarle la vida todavía más con mis objeciones o réplicas. Había caído, torpe y tontamente, en la trampa de la piedad.

Aunque cada vez que salía de su habitación me prometía que a la siguiente vez le pondría las cosas bien claras, durante aquella siguiente vez, cuando llegaba, yo seguía comportándome como un timorato complaciente. Tanto me avergonzaba de esta actitud mía que cuando dejaba a Bruno y a Germán acostados, más que compasión por ellos, la sentía por mí mismo. Desde su minusvalía física, ellos, sobre todo Germán, dictaban las leyes de nuestra relación. Porque estaba claro que su sufrimiento les había endurecido. De modo que fui hinchándome de vergüenza durante semanas hasta que el último día de aquel voluntariado veraniego todo estalló. Fue gracias a lo que considero uno de los episodios más formativos de mi vida: el día en que tuve que limpiar las heces de Germán o, por decirlo como él, el día en que tuve que mancharme con su mierda.



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