El viaje de Jonas by José Jiménez Lozano

El viaje de Jonas by José Jiménez Lozano

autor:José Jiménez Lozano [Jiménez Lozano, José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2002-11-22T16:00:00+00:00


IX

EL VIENTECILLO DEL AMANECER

Pero Jonás estaba ya a una respetable distancia de Jope, y durmiendo plácidamente en su litera; y entonces se levantó un vientecillo, justo al amanecer, que era contrario a la dirección de la nave. Al principio casi ni se percataron de ello, porque era intermitente y muy débil, además. Venía cargado de sal y humedad, como el primer viento que se levantó en el mundo y fecundó el mar y la tierra. No había un olor y un frescor como éstos, ni siquiera el olor a tierra mojada cuando la sequedad del estío ha sido larga, y la tripulación hinchió sus pulmones.

El sol se alzaba, glorioso, y el toldo azul del cielo era como de cristal, y estaba limpio de la más leve neblina; el agua, en la que el sol hacía un reguero o surco de luz, cegaba la mirada, pero no podía dejar de mirarse aquel color azul verdoso, que era consolador y fascinante. Y así transcurrieron las horas siguientes, pero antes del mediodía el cielo se encapotó de este a oeste, como si la noche fuera a sobrevenir de repente. Espesos nubarrones, negros los unos, y otros amarillentos como del color del oricalco, cercaron a la nave como murallas impenetrables que se alzaran en su entorno, y que luego se incendiaron y parecían desplomarse a seguido entre cegadores relámpagos y truenos ensordecedores; y, aunque la tormenta pasó, dejó sueltos como mil caballos y otros mil búfalos temibles y despavoridos, que tal semejaba ser el airón repentino o Euroclidón que comenzó a recorrer y a alzar las aguas. O éstas se encrespaban como al principio del mundo, cuando todavía Quien las creó no las había puesto una ley y un freno.

Los marineros dominaron durante un tiempo la embarcación, y fueron soltando lastre y arrojando también al mar las mercancías que llevaban, pero entonces comenzó aquélla a ser arrastrada como las hojas de los árboles por el aire en el otoño; crujieron las maderas, vieron abrirse vías de agua, y parecía que la nave iba a partirse en dos. El mar iba a tragarles en lo oscuro, y entonces se miraron y se consideraron perdidos. Acudieron todos a los ídolos que llevaban consigo, y les suplicaron de rodillas; prometieron, y temblaron. Pero aquellos dioses de ojos tan grandes, cándidos o terribles, parecía que eran impotentes, o no querían tener misericordia de ellos. Y fue en ese momento cuando se acordaron de él, el viajero que no era un marino, y quizás, si había salido de la bodega hasta cubierta, uno de los golpes del mar ya le había arrojado a éste, pero de todos modos bajaron a la bodega ya vacía y desembarazada, y allí estaba durmiendo. Y le llamaron voceando, pero su sueño era muy profundo, y tuvieron que acercarse a la litera y zarandearle repetidamente.

Jonás abrió los ojos muy despacio, y vio aterrorizados los de ellos, rojos, salidos de sus órbitas; y se percató enseguida de que una tempestad estaba jugando con la embarcación,



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