El hombre de la guerra by Ramiro Pinilla

El hombre de la guerra by Ramiro Pinilla

autor:Ramiro Pinilla [Pinilla, Ramiro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-09-06T00:00:00+00:00


13

Al pie de la escalera

Urko sintió a lo largo de medio regreso un regodeo sordo del que no pudo zafarse. Se vio identificado con aquel mundo del que se había creído desplazado, y al fin no pudo callar su pensamiento a Regina.

—Venimos de la guerra —exclamó.

Ella continuaba en la misma actitud ausente, sin ver al otro lado del parabrisas y con los brazos muertos cruzados sobre el regazo. Pero Urko estaba demasiado feliz para quedar desbordado por aquella angustia.

—Una guerra nunca se acaba —insistió, conduciendo como si viajara por un territorio recién heredado. Miró rápidamente a la muchacha y exclamó—: Justo y Flora, Romeo y Julieta. La guerra puso la ocasión y después la guerra dijo: «¡Basta!», y las cosas volvieron a lo de siempre. En la superficie, sólo en la superficie, pues la pobre tía Flora quedó marcada para el resto de sus días. ¡Sí, prima, tú lo dijiste: eso es amor!

Esperó a rebasar un camión para mirarla de nuevo.

—Vamos, vamos, que cuando tú naciste ya no había guerra. Ni siquiera para ti la había ya en Mallatu. Ni siquiera llegaste a coincidir en la casa con el pobre gudari. Sus quince días correspondieron a junio del 37 y tú naciste…

La apremió con su silencio, más para que pronunciara un sonido que para conocer el dato. Tuvo que continuar y lo hizo con bromas.

—No te alarmes: el secreto de tu edad quedará en la familia. Los primos han de unirse contra el mundo. Corrígeme: naciste a principios del 40…

Regina habló en lo más inesperado de una recta.

—39. Diciembre.

Urko pensó que acababa de derrumbar el último impedimento. El resto de la recta lo vivió en plena felicidad.

—Así que no te hagas la mártir. Has tenido mucha suerte: la guerra sólo te ha dejado un fantasma, al que te empeñas en darle cuerpo. A partir de esta visita todo será diferente.

Regina volvió a tardar en decir algo.

—Ignoraba que los fantasmas esculpieran.

Urko quiso replicar, pero fue desbordado por una furia que despertó de golpe y electrizó la atmósfera del coche.

—¿Quién me hizo la estatua? ¿Quién llegó a familiarizarse tanto con la casa que pudo espiarme desnuda y luego subir a trabajar en su madera y luego bajar cuantas veces quiso a confrontar su obra con mi cuerpo? Y, ¿no te das cuenta? Esto ocurrió al cabo de los años, cuando el tiempo ya me había dado formas de mujer. ¿Quién vivió en ese piso media vida? ¿Qué monstruo esperó con impaciencia inhumana a que la chiquilla creciera lo suficiente para poder convertirla en su modelo? ¿Y qué clase de maldito artista era que necesitó aterrorizarla con su presencia y con sus ruidos, acaso para infundir en la tierna carne que algún día posaría para él el frío terrorífico del mármol?

A Urko se le había ahogado el entusiasmo. Sintió que su reciente espejismo era arrasado por una realidad de la misma naturaleza, pero cruda.

—La talla —recordó sombríamente. Condujo sin ninguna ilusión durante mucho rato, oyendo la respiración que no encontraba reposo—. ¿Por qué



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