El amor es un bocado de nata (Spanish Edition) by Flumeri Elisabetta & Giacometti Gabriella

El amor es un bocado de nata (Spanish Edition) by Flumeri Elisabetta & Giacometti Gabriella

autor:Flumeri, Elisabetta & Giacometti, Gabriella [Flumeri, Elisabetta]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Santillana Ediciones Generales, S.L.
publicado: 2014-02-01T23:00:00+00:00


Esta vez, al llegar a la villa, Margherita tampoco encontró a nadie esperándola. Pero, por lo menos, tanto la verja como la puerta de entrada estaban abiertas. Parecía que el personal hubiese sido adiestrado para volverse invisible y no molestar al dueño de la casa. Y esto le producía, habituada como estaba al jaleo de su zoo, a la presencia locuaz de Armando, a las incursiones de Matteo y de Italo, un sutil desasosiego.

Se dirigió hacia la gran cocina, colocó los ingredientes sobre el mármol y, después de escribir el menú de la noche en la pizarrita de siempre, comenzó a organizarse. Al pasar por la pescadería había visto erizos y no había podido resistirse a la tentación. Sabía que era arriesgado, pero quería llevar a la mesa el sabor del mar. De modo que había decidido elegir como entrée una ensalada de erizos y limón, acompañada con tostaditas de pan. Seguiría con un cuscús de mariscos para acompañar una lubina hecha al horno con puerros y, para acabar, un semifrío de merengue, nata montada y chocolate fundido.

Estaba ya absorta en la preparación de la cena, cuando una voz alegre exclamó a sus espaldas:

—¡Conque esta es la famosa cocinera!

Margherita se dio la vuelta y se halló frente a un hombre en torno a los cuarenta, no particularmente guapo, pero con una sonrisa franca y unos alegres ojos azules.

—Soy Enrico Rossi, el socio de Nicola —se presentó, tendiéndole la mano y retirándola a continuación divertido, cuando ella le mostró las suyas manchadas de harina—. Ops..., ¡disculpe! O mejor dicho, disculpa, visto que pareces una niña podemos prescindir de formalidades, ¿no te parece?

Ella no pudo evitar una sonrisa ante tanta espontaneidad.

—Margherita —respondió—. Sí, me parece bien, yo también detesto los formalismos.

Justo en aquel momento apareció a espaldas de Enrico Carla, vestida como de costumbre, o, mejor dicho, embutida en un traje de chaqueta color calabaza, que la miró con su habitual condescendencia insoportable y la saludó con un simple gesto de la cabeza para después dirigirse al huésped.

—Enrico, supongo que querrás ir a tu habitación para refrescarte... Todo está preparado.

—No lo dudo, conociendo tu eficiencia. Pero en realidad prefiero quedarme aquí y hacerle compañía a esta hermosa criatura.

Carla hizo una mueca exagerada de desaprobación, mientras Margherita retenía una sonrisa.

—Has de saber que ella no quiere a nadie mientras prepara sus exquisiteces —prosiguió Carla, sin desmentir un ápice el apodo que le había puesto Margy.

Enrico se dirigió a Margherita con una sonrisa irresistible.

—¿De veras? En ese caso mejor me quito de en medio enseguida.

Un poco por contradecir a Carla, un poco porque él le daba alegría, Margherita respondió:

—Normalmente sí, pero por esta vez haré una excepción.

Enrico se volvió hacia Carla haciendo el signo de la victoria con los dedos.

—¿Lo ves? ¡Seguramente la culpa es de Nicola y de su manía de controlarlo todo! Lástima que por lo general a las mujeres les parezca una característica irresistible...

Margherita se echó a reír, pero no pareció que a Carla la afirmación le resultase tan divertida.

—Como prefieras —replicó, con un ligero tono de irritación en la voz—.



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