El acusado by G. K. Chesterton

El acusado by G. K. Chesterton

autor:G. K. Chesterton [Chesterton, G. K.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1901-01-01T00:00:00+00:00


UNA DEFENSA DE LAS PASTORAS DE PORCELANA

EL mundo hay ciertas cosas que no le gusta que le recuerden, pues son sus amores marchitos. Una de esas cosas es el gran entusiasmo por la vida arcádica que, por muy expuesta que se halle ahora a los sarcasmos del realismo, sin duda dominó un enorme periodo de la historia del mundo, desde los tiempos que describimos como antiguos hasta tiempos que quizá bien pudieran llamarse recientes. La concepción de la vida inocente y cómica de pastores y pastoras ciertamente recorrió y absorbió los tiempos de Teócrito, Virgilio, Catulo, Dante, Cervantes, Ariosto, Shakespeare y Pope. Se nos ha dicho que los dioses de los paganos fueron de piedra y de latón, pero la piedra y el latón no han perdurado con la resistencia de las pastoras de porcelana. La Iglesia Católica y el Pastor Ideal son casi las únicas cosas que han servido de puente sobre el abismo que separa el mundo antiguo del moderno. Aun así, como hemos dicho, al mundo no le gusta que le recuerden este entusiasmo infantil.

Pero la imaginación, que es la función del historiador, no puede abandonar ese gran elemento. El revolucionario vulgar suele suponer que la imaginación es algo meramente rebelde que tiene como función primordial inventar nuevas y fantásticas repúblicas. Pero la imaginación tiene su más alta utilidad en la comprensión retrospectiva. La trompeta de la imaginación, como la de la Resurrección, convoca a los muertos en sus tumbas. La imaginación ve Delfos con los ojos de un griego, Jerusalén con los ojos de un cruzado, París con los ojos de un jacobino y la Arcadia con los ojos de un eufuista. La función primordial de la imaginación es ver todo nuestro ordenado sistema de vida como una pila de revoluciones estratificadas. Y, a pesar de todos los revolucionarios, ha de decirse que la función de la imaginación no es tanto establecer cosas extrañas como hacer extrañas las cosas establecidas; no es tanto producir hechos asombrosos como hacer asombrosos los hechos. Para el hombre imaginativo, todas las obviedades son paradojas, pues fueron paradojas en la Edad de Piedra; para él el cuaderno de notas ordinario centellea con blasfemia.

Consideremos, así pues, bajo esta luz el antiguo ideal pastoril o arcádico. Pero primero, sin duda, debemos reconocer algo definitivamente. Este arte, esta literatura arcádica es un entusiasmo perdido. Estudiarlo es como husmear en las cartas de amor de un hombre muerto. Para nosotros sus flores son falsas como adornos de sombrero; los corderos que danzan al son de la flauta del pastor parecen bailar con la artificialidad de un ballet. Incluso nuestro propio y prosaico trabajo nos parece más alegre que ese ocio. Donde su antigua exuberancia traspasó los límites de la sabiduría e incluso de la virtud, sus cabriolas parecen helarse en la rigidez de un friso de la antigüedad. En aquellas grises escenas antiguas una bacanal nos resulta tan aburrida como un archidiácono. Sus mismos pecados nos parecen más fríos que nuestra moderación. Todo esto podemos reconocerlo con franqueza: el sentimentalismo baldío del ideal arcádico y su optimismo insolente.



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