Choque de reyes by Martin George R .R

Choque de reyes by Martin George R .R

autor:Martin, George R .R. [Martin, George R .R.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: fantasía
ISBN: 9788493270223
editor: Gigamesh
publicado: 1998-07-14T16:00:00+00:00


CATELYN (4)

Cuando llegaron al pueblo, la oscuridad era ya absoluta. Catelyn se preguntó si aquel lugar tendría nombre. Si era así, sus habitantes se habían llevado el dato con ellos al huir, junto con todas sus propiedades, hasta las mismísimas velas del sept. Ser Wendel encendió una antorcha y la acompañó para cruzar la puerta baja.

En el interior, las siete paredes estaban inclinadas y llenas de grietas. «Dios es uno —le había enseñado el septon Osmynd cuando era niña—, aunque tiene siete aspectos, igual que el sept es un edificio con siete paredes.» Los septs ricos de las ciudades tenían estatuas de los Siete y un altar dedicado a cada uno de ellos. En Invernalia, el septon Chayle colgaba de cada pared máscaras talladas. Allí, Catelyn no encontró más que bastos dibujos al carbón. Ser Wendel colgó la antorcha de una argolla cercana a la puerta y aguardó afuera con Robar Royce.

Catelyn estudió los rostros. El Padre con su barba, como siempre. La Madre sonriente, amorosa y protectora. El dibujo del Guerrero lo representaba con la espada debajo del rostro, igual que al del Herrero le habían puesto el martillo. La Doncella era hermosa; la Vieja, arrugada y sabia.

Y el séptimo rostro... el Desconocido no era hombre ni mujer, y era ambas cosas a un tiempo, siempre proscrito y sin patria, vagando, menos que humano, más que humano, desconocido e imposible de conocer. Allí, el rostro era un óvalo negro, una sombra con estrellas en lugar de ojos. A Catelyn la inquietaba. Allí no iba a recibir consuelo.

Se arrodilló ante la Madre.

—Mi señora, contemplad esta batalla con ojos de madre. Todos son hijos. Protégelos si puedes, y protege también a mis hijos. Guarda a Robb, a Bran y a Rickon. Ojalá estuviera con ellos.

El ojo izquierdo de la madre estaba cruzado por una grieta. Parecía como si llorara. Desde allí, Catelyn oía la voz retumbante de Ser Wendel, y de cuando en cuando, las respuestas sosegadas de Ser Robar. Estaban hablando de la batalla que se avecinaba. Aparte de aquello, la noche era tranquila. No se oía ni un grillo, y los dioses guardaban silencio. «¿Te respondieron alguna vez tus antiguos dioses, Ned? —se preguntó—. Cuando te arrodillabas ante tu árbol corazón, ¿crees que te oían?»

La luz titilante de la antorcha parecía danzar sobre las paredes, hacía que los rostros casi parecieran vivos, los retorcía y los cambiaba. En los grandes septs de las ciudades, las estatuas tenían los rostros que les habían dado los tallistas, pero aquellos dibujos al carbón eran tan rudimentarios que podían representar a cualquiera. El rostro del Padre le recordaba a su padre, moribundo en un lecho de Aguasdulces. El Guerrero era Renly, y Stannis, y Robb, y Robert, y Jaime Lannister, y Jon Nieve. Incluso vio a Arya en aquellas líneas, aunque fuera sólo por un momento. Entonces una ráfaga de viento entró por la puerta, la antorcha chisporroteó y el parecido se esfumó en un resplandor anaranjado.

El humo hacía que le escocieran los ojos.



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