Babel contra Babel. Ensayos III by Rafael Sánchez Ferlosio

Babel contra Babel. Ensayos III by Rafael Sánchez Ferlosio

autor:Rafael Sánchez Ferlosio
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Comunicación, Ensayo
publicado: 2016-11-30T23:00:00+00:00


ABC, 5 de enero de 2003

«Siempre es más tarde de lo que te piensas»

Así rezaba al pie de una clepsidra egipcia. El presidente Bush ha dicho: «A Sadam se le está acabando el tiempo», pero es a él al que, por una parte, se le está acabando, en tanto que, por otra, ya se le ha acabado. Se le está acabando, porque el viejo proyecto —de Richard Perle y otros— de atacar a Irak lo aceptó sólo seis días después del derribo de los dos rascacielos iguales, al ver la ocasión de oro —Carpe diem!— que con el delirio patriótico suscitado por tamaño agravio a la nación «se le ofrecía», como diría Hernán Cortés. Sin embargo, esa obscena borrachera colectiva del patriotismo popular es un mal vino que se acaba por mear, y por mucho que el Gobierno haya querido realimentarla repetidas veces, aun con alarmas tan grotescas como la de José Padilla, que hasta el propio Wolfowitz tuvo la honestidad de desacreditar, el caso es que el presidente ve cómo su popularidad va decayendo desde el noventa por ciento que le permitió la miserable hazaña del bombardeo de Afganistán, hasta el sesenta por ciento o menos que le apoya para el ataque a Irak, que hoy desaprueba incluso el polemólogo Michael Walzer, asesor militar entre los sesenta intelectuales o profetas de corte que firmaron la «Carta de América» bendiciendo al presidente en lo de Afganistán. Ahí está el tiempo que se está acabando; el que ya se ha acabado está en la ingente masa de hierro navegante y volador y de hombres adiestrados y armados hasta los dientes —que enseguida serán ciento cincuenta mil y pronto, según se dice, cien mil más— concentrada frente a Irak, pues, ¿quién se atrevería a someter a semejante ejército, comprometido, preparado y desplegado para una guerra concreta y definida, a un agravio tan insoportable para su orgullo u honor militar como el de decirle de la noche a la mañana: «Las cosas han cambiado; recoged los petates, que volvéis a casa»? Lo totalmente impensable de tal desistimiento es sin duda lo que ha tenido en cuenta Donald Rumsfeld, el jefe del Pentágono, para decir que aunque el Gobierno de Sadam abandonase el poder o fuese derrocado antes del ataque, las fuerzas americanas entrarían, de todos modos, en Irak. Dice que «para garantizar el desarme total» de la nación, lo que tal vez esté también entre sus intenciones, pero, a mi juicio, el motivo principal es la necesidad irrenunciable de meter las banderas y plantarlas en la tierra enemiga, paseando las tropas, los tanques, los aviones, por campos y ciudades, esperando, en el mejor de los casos, verse aclamados como libertadores, y tanto peor para los liberados si no demuestran tan siquiera un mínimo elemental de gratitud. Si como síntoma del aspecto para el que digo que «el tiempo se está acabando», o sea el del creciente descenso de la popularidad del presidente, pueden tomarse las impacientes iras de «ya estoy harto de los



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