Amos del mundo by Juan Carlos Castillón Martín

Amos del mundo by Juan Carlos Castillón Martín

autor:Juan Carlos Castillón Martín [Castillón Martín, Juan Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2006-01-01T00:00:00+00:00


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Los métodos de la subversión al servicio de la reacción: los Chevaliers de la Foi

No debería reunirse a la gente sino en la Iglesia o bajo las armas, porque en esos lugares no deliberan, sino que escuchan y obedecen.

LOUIS DE BONALD,

político legitimista.

La mayor parte de los grupos y sociedades de conspiradores que todavía hoy se recuerdan son liberales. Perseguidos entonces, ahora son recordados con cierta simpatía, e incluso los incompetentes Babeuf y Buonarroti tienen defensores. Sin embargo, fueron ineficaces, obstaculizaron el avance de las ideas que decían defender y, como tantos grupos radicales posteriores, cuyo ejemplo llega hasta nuestros días, contribuyeron sobre todo a reforzar los estados que decían querer destruir. Las sociedades secretas contrarrevolucionarias son mucho menos recordadas que las liberales, a pesar de que fueron mucho más efectivas.

La sociedad secreta más poderosa de la Francia del siglo XIX ha sido olvidada por casi todo el mundo. Tiene en su contra el hecho de que aunque conspiró supo hacerlo bien y logró parcialmente el poder, su victoria como grupo contribuyó a la larga a la derrota de sus ideas y sus éxitos no sobrevivieron a sus creadores. Sin embargo, a pesar de todas las acusaciones hechas ya contra los masones, estos no habían logrado tener un jefe de gabinete, como sí lo hicieron, en tiempos de Carlos X, los Chevaliers de la Foi.

Los Chevaliers de la Foi nacieron en el más improbable de los lugares: un manicomio. A pesar de ello, es casi seguro que ninguno de sus fundadores estaba loco. A partir de 1810 el Imperio bonapartista regresó poco a poco a viejas formas de lo que algunos historiadores han dado en llamar «despotismo administrativo», y se vio la resurrección de la lettre de cachet de la monarquía, se endureció la censura de la propaganda contra el emperador, se persiguieron sus caricaturas y se reforzó el control sobre los documentos de aquellas entidades que, como la Iglesia, mantenían alguna independencia. El castigo no era particularmente brutal cuando se compara el Imperio con la caída de la monarquía o la breve República. Los gritos sediciosos y los insultos públicos a Napoleón se asimilaban a casos patológicos, se evitaba el proceso público —⁠de resultado siempre incierto, debido a la presencia de viejos jueces provenientes de los anteriores sistemas— y se usaban las casas de salud, antecedentes de los hospitales psiquiátricos de nuestro tiempo, como centros de detención. Aunque sería fácil equiparar ese método al uso policial de la psiquiatría a lo largo del siglo XX, sería también injusto para con Napoleón: los presos del Imperio no desaparecían, y consejos privados investigaban la concesión de gracia y revisaban de forma regular los centros de detención, para liberar cada año una buena cantidad de detenidos, todo de acuerdo con la ley en virtud del artículo 64 del código penal napoleónico.

Fue así como en la casa de salud del doctor Dubuisson —⁠333 de la rue du Faubourg Saint-Antoine— acabaron coincidiendo los hermanos Armand y Jules de Polignac, hijos de la favorita de María



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