Jaque al Imperio by Marcos López Herrador

Jaque al Imperio by Marcos López Herrador

autor:Marcos López Herrador [López Herrador, Marcos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-06-15T00:00:00+00:00


CAPÍTULO XXV

Estilicón contra Alarico en el Epiro

A.D. 397

Alarico se detuvo una vez que había saqueado el Peloponeso, y se asentó cerca de las montañas de Pholoe, en el norte de Arcadia. Era en el Epiro donde había negociado con Rufino asentarse con su pueblo.

Por su parte, Estilicón había terminado con éxito su campaña de reclutamiento de tropas a lo largo del Rin y creía llegado el momento de realizar una expedición contra Alarico. En esta ocasión, había concebido lo que tenía que ser una gran expedición por mar. A tal efecto, había elegido para concentrar naves el puerto de Rávena por su enorme capacidad, dado que podía albergar hasta doscientos barcos.

El puerto, visto desde una elevación, en su conjunto, aparentaba ser un extensísimo bosque de velámenes, con miles de esclavos, servidores y soldados moviéndose de un lado a otro diligentemente, para avituallar las naves. Olía a sal, a brea de los calafateados realizados en los barcos en reparación, a comida, a cuero, a aceite, a sudor, a boñigas y orina de los animales de tiro utilizados, y a las fraguas de los herreros que trabajaban con forjas móviles junto a las naves. Todo ello producía un caos de ruidos, voces, gritos, acompasados rítmicamente por los golpes de martillos sobre las maderas o sobre los hierros de las piezas de metal que se estaban fraguando. No faltaban vendedores de toda índole que, presentes en cualquier concentración de gente, pregonaban sus productos. Por no faltar, no faltaban ni saltimbanquis ni prostitutas.

—El puerto huele, huele… —dijo el general Constancio, tratando de encontrar la palabra apropiada.

—Huele a poder y a victoria —le respondió tajante Estilicón.

—Llevas razón y resulta verdaderamente impresionante.

Hacía mucho tiempo que el ejército romano no armaba una flota semejante, pues probablemente no se había visto una cosa igual desde que Constantino se enfrentó a Licinio.

—Tiene que serlo, esta vez no podemos quedar en evidencia contra Alarico. Todo el mundo debe tomar nota de a qué se enfrenta cuando desafía al Imperio occidental —respondió Estilicón.

A Constancio no se le pasó por alto el detalle de que Estilicón se había referido al Imperio «occidental» y no al Imperio, lo que significaba en el fondo que se estaba refiriendo a él mismo. El envite no parecía ir contra Alarico, sino contra la corte de Oriente.

—Con las fuerzas que desplegamos, la destrucción de Alarico resultará segura —dijo Constancio, intentando conocer las verdaderas intenciones de su general al mando.

Estilicón pensó un momento lo que iba a decir.

—No vamos a destrozar a Alarico. Pretendo ponerle en tal situación, que no le quede más remedio que negociar. El objetivo es que una sus guerreros a este ejército, formando una fuerza imbatible.

«Imbatible, ¿frente a quién?», pensó Constancio que se abstuvo de expresarlo en alto.

No le cabía la menor duda de que Estilicón no había abandonado su proyecto de dominar el Imperio todo, pues en ningún momento había renunciado a su versión de que Teodosio, en su lecho de muerte, le había encomendado la tutela no solo de Honorio, como era de dominio público en aquel momento, sino también de Arcadio.



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