Siéntate aquí, si quieres by Martina Díaz

Siéntate aquí, si quieres by Martina Díaz

autor:Martina Díaz [Díaz, Martina]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2023-04-14T22:00:00+00:00


Capítulo 10

—¿Cómo? ¿Qué has dicho?

—¿Qué quieres, que te lo repita? —preguntó Teresa, aún con la respiración entrecortada y notando todavía ciertos temblores entre las piernas.

—Pues… sí.

—Que te quiero. Que necesito gritarlo a los cuatro vientos…, que te adoro, que soy tan feliz contigo, amor… Y que sí, que lo haremos —repitió radiante, mientras su cuerpo desnudo y bañado en sudor terminaba por desplomarse buscando la horizontalidad sobre el de Julia.

Julia, sin embargo, la miró de soslayo y la apartó de encima nada más dejarse caer, dándose media vuelta hacia el borde de la cama y apagando la luz de la mesita de noche. Teresa, estupefacta, se quedó callada unos instantes sin comprender nada de lo que acababa de ocurrir. Recuperó un poco el aliento y después de unos segundos se giró para encender de nuevo la luz de la mesita.

—¿Julia? —No obtuvo respuesta—. Julia, cariño —insistió, acariciándole el hombro. Julia le apartó la mano con dureza.

—Quiero dormir —informó sin más.

—Pero… no entiendo nada —Teresa insistió, posando de nuevo su mano sobre el brazo desnudo de Julia, que se encogió bruscamente para deshacerse de la caricia.

—He dicho que quiero dormir.

—Pero…

—¡Por favor! —cortó Julia, tajante. Teresa desistió, molesta. Rescató su parte de arriba del pijama entre el amasijo de sábanas y se lo volvió a poner con desgana. Procedió a apagar la luz y acomodarse en su lado de la cama, buscando mentalmente una explicación a lo que fuera que se le estaba escapando. El silencio y la oscuridad que habían inundado la habitación nada tenían que ver con los ecos de la pasión de hacía tan solo un rato.

Julia cerró los ojos con fuerza, tratando de quedarse dormida cuanto antes. Era complicado porque las lágrimas habían empezado a brotarle de los ojos, dejando un surco que recorría toda la cara hasta empapar la almohada. Después comenzaron a bajar por la nariz y por el interior de la garganta. No pasó mucho rato hasta que tuvo que incorporarse para toser y coger un pañuelo de papel del cajón.

—¿Estás llorando? —Teresa, desconcertada, se sentó como si la hubiera propulsado un resorte desde el colchón y encendió la luz de un manotazo—. Pero ¿qué te pasa, amor?

Julia no dio su brazo a torcer. Teresa la miraba implorante, esperando alguna explicación. Pero Julia volvió a tumbarse en su lado, refugiándose bajo la ropa y dándole de nuevo la espalda.

—Buenas noches —musitó. Sacó el brazo desde su trinchera bajo el edredón y apagó definitivamente la luz. Teresa, aturdida, continuó despierta hasta bien entrada la madrugada repasando una y otra vez cada detalle de aquella extraña noche, tratando de averiguar en qué momento los besos y las caricias habían desembocado en semejante desastre, pero no logró dar con ninguna respuesta.

A la mañana siguiente, cuando Teresa se levantó, Julia ya llevaba un buen rato en la cocina, preparando la bolsa del trabajo sobre la mesa para salir por la puerta. Ya se había duchado y estaba completamente vestida, solo le quedaba apurar el último sorbo de la taza de café.



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