Magallanes. El hombre y su gesta by Stefan Zweig

Magallanes. El hombre y su gesta by Stefan Zweig

autor:Stefan Zweig
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Biografía, Histórico
publicado: 1994-01-01T00:00:00+00:00


La sublevación

2 abril 1520 - 7 abril 1520

En aquella prisión de invierno de la bahía de San Julián, cubierta de nubes, habrán de chocar las extremadas diferencias con mucha mayor violencia que en pleno mar. Nada hay que dé la medida de la firme intransigencia de Magallanes como el no haber vuelto atrás ante una solución que, dada la tirantez de los ánimos, ha de acrecentar inevitablemente el descontento. Entre todos, únicamente Magallanes sabe que la flota, en el mejor caso, no puede alcanzar las fructíferas tierras tropicales hasta dentro de muchos meses; por eso da la orden de racionar los víveres con mucho más rigor que hasta entonces. ¡Fantástica osadía! ¡Aquí, en un extremo del mundo, el primer día, exasperar a una tripulación, ya mal dispuesta, con la noticia de que desde ahora será bastante más escasa la ración diaria de pan y de vino!

En lo práctico, esta enérgica medida había de salvar más adelante a la flota. La travesía de más de cien días sobre el Pacífico hubiera resultado irresistible si la más estricta ración no hubiera sido impuesta a tiempo. Pero la tripulación, indiferente al proyecto que desconoce, no se muestra dispuesta a aceptar restricción semejante. Un instinto —no del todo fuera de razón— dice a los castigados marineros que, aun en el caso de que el almirante conquiste fama eterna hasta la altura de los astros, lo menos tres cuartas partes de ellos, los tripulantes, habrán de reventar, en medio de hambre, frío, indigencia y fatiga, en aras de su triunfo. Si los víveres escasean —refunfuñaban aquellos hombres—, que se ordene la vuelta. ¡Al fin y al cabo se ha llegado más al Sur de lo que jamás consiguiera otro barco! Nadie podrá reprocharles en su país que no hayan cumplido con su deber. Algunos de ellos han sucumbido ya al frío, y ninguno se había alistado para el mar de hielo, sino para las Molucas.

Como respuesta a estos rebeldes discursos, los historiadores del tiempo atribuyen a Magallanes unas palabras que no se avienen con el estilo ceñido y antipatético de aquel hombre: unas palabras que suenan demasiado a Plutarco y Tucídides para ser legítimas. Le hacen decir que le asombra el que, siendo castellanos, demuestren tal flaqueza y olviden que emprendieron la expedición para servir a su rey y a su patria. Cuando le cedieron el mando, él dio por inconcuso que hallaría en los que le acompañaban el espíritu animoso que ha caracterizado siempre a la nación española. El está dispuesto, por su parte, a morir antes que volver cubierto de oprobio. Tengan, pues, paciencia y esperen que pase el invierno. Cuanto mayores sean los sacrificios, más magnífica será la recompensa de su monarca.

Pero, en la práctica, nunca un bello discurso ha calmado a un estómago hambriento. No es la retórica lo que salva a Magallanes en aquellos momentos críticos, sino la firmeza de su propósito de no pactar ni ceder en lo más mínimo. Se puede decir que provoca desde luego la oposición,



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