Los Falcón by Melissa Rivero

Los Falcón by Melissa Rivero

autor:Melissa Rivero [Rivero, Melissa]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial USA
publicado: 2020-04-21T00:00:00+00:00


* * *

Esa tarde, cuando todas las mujeres dejaban atrás sus estaciones para irse a casa, Ana consiguió retener a Betty. Había parado de nevar, dando paso a un cielo rojizo y claro. El aire estaba quieto, excepto por ocasionales ráfagas de viento que interrumpían el avance de las costureras hacia la parada del autobús y la estación de trenes. Ella y Betty caminaron junto al grupo, pero siguieron de largo una vez pasada la estación, y se apoyaron de espaldas contra las letras blancas con bordes rosado intenso que encendían la fachada negra llena de grafitis de la bodega vecina.

—¿Anda todo bien entre Carla y Ernesto? —preguntó ella.

Betty se desenrolló la bufanda y se quitó los guantes. Luego sacó el tabaco de su bolsillo.

—Igual que siempre. A él le gusta gastar un dinero que no tienen. Ella hace lo que sea para mantenerlo contento. Es lo que se entiende por amor, supongo.

—Pero él la trata bien —dijo Ana—. Por lo que yo vi cuando vivía con ellos. Discutían, es cierto, como cualquier pareja, pero me pareció que siempre sabían resolver las cosas.

—Supongo —dijo Betty, encogiéndose de hombros.

—Es triste, ¿no? —dijo Ana—. Lo que pasó con Nilda.

—Es lo que pasa cuando eres descuidada —dijo su amiga, y encendió el cigarrillo—. Pero te conozco y no me pediste que viniera hasta aquí para hablarme de ella o de Carla…¿Está todo bien? Sonabas un poco agitada en el teléfono anoche.

Ana se aclaró la garganta.

—Sí y no —dijo—. Vamos a tomar el apartamento de Sully.

—Él es de lo peor, pero ¡felicitaciones! —Le dio un codazo suave a Ana en el antebrazo—. Es una forma de empezar bien el nuevo año.

—Eso espero —dijo ella—. El edificio es viejo, pero él está arreglando el apartamento. Es como un vagón de tren, pero de buen tamaño. Y está cerca de todo. El problema es que quiere tres meses de alquiler. Y nosotros solo tenemos dos.

—¿Tres meses? Yo sabía que era un jodido —dijo Betty—. Deberías pedirle a George horas extras. Seguro que lo necesita al haber perdido a Nilda —continuó, y agregó en un susurró—: Podrías utilizar algo de ese dinero que has apartado.

Betty sabía del dinero. Después de todo, era algo que ella misma le había aconsejado a su hermana Carla hacía años, por si Ernesto nunca cumplía su promesa de casarse con ella. ¿Qué pasaría si él la dejaba sola en Nueva York y sin papeles? ¿O si la deportaban de vuelta a Perú con los tres niños a cuestas? ¿Qué se suponía que debía hacer en ese caso? Era una preocupación que Betty había manifestado ante Ana una y otra vez durante la primera etapa de Carla en Nueva York. Carla enviaba dinero cada mes para los niños, y un poquito extra para que Betty lo apartara en caso de que Carla terminara volviendo a Perú sin la green card y sin marido. No fue sino hasta un año después de que él se divorció de la mujer estadounidense que Ernesto se casó finalmente con ella.



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