La conquista erótica de las Indias by Ricardo Herren

La conquista erótica de las Indias by Ricardo Herren

autor:Ricardo Herren [Herren, Ricardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Historia, Sociología
editor: ePubLibre
publicado: 1991-01-01T00:00:00+00:00


LA SIN PAR MARINA

Cortés sedujo a los caciques de Tabasco después de vencer su obstinada resistencia. Les hizo regalos y ellos le retribuyeron con otros: mantas, figuras de oro y veinte mujeres entre las que se encontraba la célebre Malinche o Marina. Siguiendo la inveterada costumbre española, las veinte mujeres fueron bautizadas inmediatamente, lo que las convertía en hembras de cama aceptables.[1]

Las conversas —«las primeras cristianas que hubo en la Nueva España», como dice Bernal Díaz— fueron repartidas por Cortés entre sus capitanes. Marina, «como era de buen parecer y entremetida y desenvuelta, [se la] dio a Alonso Hernández Puerto Carrero…, muy buen caballero, primo del conde de Medellín y desde que fue a Castilla el Puerto Carrero, estuvo la doña Marina con Cortés y hubo allí un hijo que se dijo don Martín Cortés». Tendría entonces unos quince años. Posteriormente, Marina pasaría a manos de un tercer capitán.

Como se ve, no era el amor lo que unía a los conquistadores con las indias, y, no habiendo amor, tampoco aparecían los celos. Constituían seres cosificados, objetos de intercambio entre machos dominantes, apreciadas por sus virtudes, que se retenían con claro sentido de la propiedad privada, pero que, como tales, eran también pasibles de ser obsequiadas o vendidas y podían, así, pasar de mano en mano. Un destino que ellas —en el mundo indígena o español— aceptaban, por lo general, con resignación y hasta, acaso, con indiferencia. Su lugar en la sociedad, en el mundo, dependía siempre del hombre —padre o esposo— al cual pertenecían.

La lealtad de las mujeres americanas, su sentido de pertenencia e identidad, estaban orientados al pequeño universo del hogar, de las relaciones personales y no al de la comunidad, etnia o cultura en la que habían sido criadas. De allí que las indias integradas en el mundo de los españoles no dudasen en traicionar a sus parientes y paisanos para proteger a los extranjeros que se habían convertido en sus amos al mismo tiempo que en sus hombres y padres de su descendencia mestiza.

Marina cumplió tan a la perfección este papel que todavía hoy su nombre indio, Malinche,[2] y su derivado, el malinchismo, se emplean en México para señalar peyorativamente la tendencia a vender el alma a los extranjeros.

No era una india cualquiera. «La doña Marina tenía mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios en toda Nueva España», afirma Bernal Díaz. El soldado-cronista, que la conoció a lo largo de varios años, no oculta la admiración y respeto que sentía por ella (le pone el doña por delante cada vez que la menciona), al punto de que le dedica un capítulo entero de su obra.

«Desde su niñez —dice— fue gran señora y cacica de pueblos y vasallos. Y es de esta manera: que su padre y madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice Paynala, y tenía otros pueblos sujetos a él a ocho leguas de la villa de Guazacualco. Murió su padre, quedando ella muy niña, y la madre se casó con



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