La cigarra del octavo día by Mitsuyo Kakuta

La cigarra del octavo día by Mitsuyo Kakuta

autor:Mitsuyo Kakuta [Kakuta, Mitsuyo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2007-01-01T00:00:00+00:00


Recuerdo aquel día. Todo lo demás permanece envuelto en una especie de bruma, pero aquel día lo veo con toda claridad. En el puerto no había nadie. Mamá me compró una lata de refresco. Tenía los billetes en la mano y las dos mirábamos el mar desde el muelle. Me abrazó fuerte. Olía a una mezcla de jabón y de tortilla. Le dije algo para que se riera y ella sonrió en silencio.

No había nadie, pero de pronto aparecieron unos desconocidos que la rodearon y le empezaron a hacer preguntas. No hizo nada, no me agarró; simplemente gritó algo en el momento que nos separaron. No estoy segura de que fue, supongo que algo así como: «Yo no he hecho nada malo» o «No os la llevéis».

Lo cierto es que no lo recuerdo tan claramente como pensaba. Ya no sé si me lo han contado después o lo he leído en alguna parte. De lo que sí estoy segura es de que ella estaba tranquila y de repente se puso a gritar.

Me separaron de ella. Yo no entendía lo que pasaba y me quedé rígida como un muñeco. Me subieron a un coche y fuimos hasta otro muelle. La busqué, pero no estaba. Empecé a llorar. Alguien me compró una chocolatina; la tiré al suelo y lloré aún más fuerte. Subimos a un barco lleno personas adultas, después a un coche. Un coche blanco.

Me acuerdo del paisaje que se veía por la ventanilla porque me sorprendió mucho. Los ríos eran más grandes que cualquiera que hubiera visto hasta entonces y los edificios eran tan altos que parecía que fueran a caerse unos sobre otros. El cielo estaba mucho más bajo, había infinidad de gente caminando. Absorta en todas aquellas cosas que nunca antes había contemplado, dejé de llorar. En cuanto bajé del coche noté que no olía a nada. En ese mismo instante, desaparecieron para siempre los olores a los que tan acostumbrada estaba. Y con ellos, la luz que iluminaba la ciudad cambió inesperadamente, como si se apagara. Creo que no lloré. Tenía tanto miedo que no fui capaz de llorar. No solo habían desaparecido el paisaje y las personas que conocía: también el olor, el color, todas las cosas que me resultaban familiares.

Nunca le he hablado a nadie de aquello. Hasta ahora.



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