El secreto de Wadi-as by José María Espinar Mesa-Moles

El secreto de Wadi-as by José María Espinar Mesa-Moles

autor:José María Espinar Mesa-Moles [Espinar Mesa-Moles, José María]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-01T00:00:00+00:00


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El walí y Alejandro mantuvieron una larga conversación. Acalorada en algunos momentos y condescendiente en otros, al final les condujo a un acuerdo inequívoco: las decisiones últimas recaerían siempre sobre el cristiano, ya que la reina Isabel había apoderado a don Alejandro como condición principal para aceptar la capitulación del gobernador de Wadi-as, pero a Muhammad no le sería ocultada ninguna acción, tal y como había ocurrido con la ejecución de su antiguo maestro Hakím.

Al principio el walí se puso lívido de alharaca al conocer la noticia. A punto estuvo, de hecho, de desenvainar su alfanje y atacar con él al aragonés, mas una vez explicada la torticera conducta del filósofo, aprobó su muerte con gran pena y devolvió el arma al estuche, aunque recriminó, eso sí, a Alejandro la forma de llevarla a cabo. El infiel le confesó que quizá la espectral presencia de Yahaya los estuviera enloqueciendo a todos, pero especialmente a él, tan ajeno a aquella tierra y tan cercano ahora a sus gentes. Sin embargo, se reafirmó en la moralidad de la ejecución. Hakím había estado engañando a Muhammad toda su vida, sus delaciones habían sido fundamentales para la crueldad de los argáricos. Sobre su espalda caían cientos de muertes. No dejaría de pudrirse en el infierno.

Continuaron hablando. Elaboraron entre los dos la arenga que el walí ofrecería al pueblo después del rezo del crepúsculo. Estudiaron hasta el más mínimo detalle para no dejar nada al albur de lo impredecible. Prepararon juntos una sorpresa con la que socavar el miedo de los habitantes de Wadi-as.

La información sonsacada al prisionero les preocupaba sobre manera. El ejército de Yahaya Malek al-Fatóm arrasaría sin lugar a dudas la medina. Sus hombres, armados hasta los dientes, no tardarían ni medio día en exterminarla, en convertirla en pavesas. Muhammad Ibn Qasida le explicó a don Alejandro que, aparte de los cuarenta miembros de su guardia personal y después de los sacrificios realizados para sostener Batza, el total de militares no ascendía a más de sesenta soldados, todos ellos poco o nada preparados para un combate de esa envergadura. Por otro lado, la población masculina de Wadi-as con edad y condiciones para guerrear superaba en poco el número de doscientos cincuenta individuos, contando judíos. A esta calamidad había que sumar además la carestía armamentística. Las murallas eran protegidas por tan solo cinco culebrinas y otros tantos falconetes de escaso alcance, la mayoría de ellos con rebolliduras. La pólvora para alimentarlos cabía en quince barriletes de a fanega cada uno. Ocho estaban ya en los almacenes de la alcazaba, los cinco restantes reposaban ocultos en la trampilla de la posada de Xustar. Además, el número de balas lindaba, a lo sumo, los cuarenta disparos. Dos arcaicos maganeles, por último, eran reparados en los talleres del acantonamiento desde hacía meses. Dos mil bestias frente a menos de cuatrocientos borregos, pensaron. Wadi-as no necesitaba ayuda, necesitaba un milagro.

El supuesto manejo y canalización de la lava por parte de los argáricos hizo en un principio que



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