El extraordinario caso de la hija del Doctor Velagos by Jose Gil Romero & Goretti Irisarri

El extraordinario caso de la hija del Doctor Velagos by Jose Gil Romero & Goretti Irisarri

autor:Jose Gil Romero & Goretti Irisarri [Gil Romero, Jose & Irisarri, Goretti]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Aventuras, Fantástico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2019-09-15T00:00:00+00:00


* * *

Aquí detiene la doncella su relato, precisamente ante el edificio que alberga la facultad de Medicina. La voz ha cambiado, Rivail la encuentra temblorosa, presa del miedo.

—Entonces… —dice entre balbuceos—. Entonces…

Suena un trueno allá arriba, donde se ha apretado una capota densa de nubes. Está a punto de empezar a llover otra vez.

—¿Qué fue lo que vio, señorita?

11

Son primero unas gotitas, pero enseguida rompe a llover de nuevo. Rivail descubre que ha olvidado el paraguas en casa del médico Benavides; se cubre como puede y trata de encaminar a la muchacha hacia la protección del zaguán del edificio, neoclásico y marmóreo.

La chica no le sigue; permanece quieta en la acera y bajo la lluvia, con los ojos clavados en él, pero sin verle.

—¡Señorita, se va a empapar! ¡Entre usted!

La doncella está petrificada, sujetando entre sus manos el paraguas cerrado y detenida en el recuerdo. Fue un instante apenas, de reojo le pareció advertir que, desde la cama, la miraba el cadáver de Aurorita.

La doncella dio un respingo, trastabilló y el perfumero de cristal que sostenía acabó cayéndose al suelo. La miraron Eugenia y Velagos. Su compañera se apresuró a recoger los cristales; el líquido empapó la alfombra; se extendió por la habitación un intenso aroma de rosas. La chica temblaba de miedo, tan petrificada entonces como ahora ante la puerta de la facultad.

—La niña Aurora nos miraba, profesor. Tenía los ojos abiertos y miraba lo que hacíamos, atenta a nuestras palabras.

—¡Pudo ser imaginación suya! —exclama el profesor bajo el tronar de la lluvia, corriendo hacia el zaguán—. ¡Se lo ruego, póngase a cubierto!

Solo cuando tiene el pelo tan empapado como las ropas parece reaccionar la doncella. Camina hacia el portal del edificio, sin prisa; obnubilada todavía. Llega hasta Rivail.

—Quítese el abrigo, insensata; se va a poner usted mala.

Rivail le ayuda a retirárselo; se desprende del suyo y se lo pone a la chiquilla por encima. Ella ni siquiera se da cuenta, con la mirada en los charcos que vuelven a formarse en la calle.

—Nos marchamos. Les dejamos solos, al doctor y a la señora. Pero mi compañera no quiso perderse el resto de la conversación, es muy chismosa, y nos quedamos allí fuera, en el pasillo. Yo tuve que sentarme en una silla, aún me golpeaba el pecho del susto, pensé que me desmayaba. Oímos lo que dijeron.



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