Connemara by Nicolas Mathieu

Connemara by Nicolas Mathieu

autor:Nicolas Mathieu [Mathieu, Nicolas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2022-10-01T00:00:00+00:00


* * *

Tras aparcar en una de las plazas del hotel Kyriad de Ludres, Christophe se encaminó a la habitación 321 subiendo los escalones de dos en dos. Hélène lo estaba esperando. Le abrió la puerta; él la besó en los labios y luego se metió en la habitación, mirando a su alrededor como si temiera que faltara algo.

—¿Estás bien?

—Sí, sí. Estoy bien.

Pero ella enseguida notó que fallaba algo.

Después de la primera cita truncada en el Casco de Oro, Hélène y Christophe habían vuelto a verse una vez más y luego Hélène sugirió coger una habitación en Airbnb, que era algo sencillo y práctico, y, puesto que saltaba a la vista que a los dos les apetecía, no había por qué seguir mareando la perdiz. Como resultado, acabaron en Charmes (un pueblucho a mitad de camino entre Nancy y Épinal) metidos en el dormitorio de una bonita granja a orillas del Mosela, propiedad de unos septuagenarios que los miraron con muy malos ojos cuando se marcharon al cabo de solo dos horas.

—¿No van a quedarse? —preguntó la anciana al ver que se largaban.

—Tenemos un poco de prisa —explicó Hélène.

—Pues, vaya, les parecerá bonito…

Además, la habitación que habían alquilado, tan coquetona en las fotos, resultó ser de facto tan gélida como un matadero, pues el aislamiento dejaba mucho que desear y el convectorcito, apenas más potente que una tostadora, demostró ser incapaz de ponerle remedio. Así que se conformaron con sentarse encima de la cama, bajo la luz paliducha de la ventana Velux cuya cortina ya no cerraba, lo cual tampoco daba muchas ganas de desnudarse.

—No vamos a hacerlo aquí —dijo Hélène—. Este sitio es demasiado feo. Voy a buscarnos otro bien calentito.

Christophe alzó los ojos hacia la ventana y luego volvió a mirar a la mujer que tenía al lado. Ese rostro en adelante familiar. Estaba en su vida.

—Aun así, me alegro de que nos veamos —dijo.

—Sí, yo también.

Cruzaron esas pocas palabras con una seriedad algo ridícula. No era tan fácil revivir esas cosas a los cuarenta, la novedad, los escarceos, los avances de puntillas. Se redescubrían siendo unos principiantes ya no tan espabilados a su edad, lo cual, a la postre, no resultaba tan desagradable.

—¿Tú crees que lo conseguiremos?

Hélène se había reclinado, apoyándose en los codos, y él se había inclinado para besarla. Esa sensación sedosa y rápida. Al poco rato, ya no sabían quién besaba a quien. Con los ojos cerrados, se habían ajustado así, a tientas, con besos mullidos y lentos, de prueba. Hasta que Christophe le buscó la mano. Ella le pasó los dedos por la densidad de la nuca y sintió que los brazos de él se cerraban rodeándola. Algo cedió entre ambos, un suspiro de alivio ascendente mientras Hélène se pegaba contra su vientre. Se buscaron con la nariz, las mejillas y la frente. Se habían olvidado de pensar.

—¿Estás bien? —preguntó Christophe recuperando el aliento.

—Muy bien.

Y esa noche, en el ordenador, Hélène no pudo evitar puntuar con cinco estrellas el espantoso cuartito de Charmes.

Al cabo de tres días volvieron a quedar en un hotel.



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