Casi Un Objeto by José Saramago

Casi Un Objeto by José Saramago

autor:José Saramago [Saramago, José]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Ficción
ISBN: 9788466316330
editor: Suma de Letras, S.L.
publicado: 2005-04-30T22:00:00+00:00


CENTAURO

El caballo se detuvo. Los cascos sin herraduras se afirmaron en las piedras redondas y resbaladizas que cubrían el fondo casi seco del río. El hombre apartó con las manos, cautelosamente, las ramas espinosas que le tapaban la visión hacia el lado de la planicie. Amanecía ya. A lo lejos, donde las tierras subían, primero en suave pendiente, como creía recordar, sí eran allí iguales al paso por donde había descendido muy al norte, después abruptamente cortadas por un espinazo basáltico que se convertía en muralla vertical, había unas casas a aquella distancia bajísimas, rastreras, y unas luces que parecían estrellas. Sobre la montaña, que cerraba todo el horizonte por aquel lado, se veía una línea luminosa, como si una pincelada sutil hubiese recorrido las cimas y, húmeda, poco a poco se derramase por la vertiente. Por allí saldría el sol. El hombre soltó las ramas con un movimiento descuidado y se arañó: soltó un ronquido inarticulado y se llevó el dedo a la boca para chupar la sangre. El caballo reculó golpeando las patas, barrió con la cola las hierbas altas que absorbían los restos de la humedad aún conservada en la orilla del río por el abrigo que las ramas pendientes formaban una cortina negra a aquella hora. El río estaba reducido al hilo de agua que corría en la parte más honda del lecho, entre piedras, de trecho en trecho formando charcos donde sobrevivían ansiosos peces. Había en el aire una humedad que anunciaba lluvia, tempestad, seguramente no ese día, sino al siguiente, o pasados tres soles, o en la próxima luna. Muy lentamente el cielo aclaraba. Era hora de buscar un escondrijo, para descansar y dormir.

El caballo tenía sed. Se aproximó a la corriente de agua que estaba detenida bajo la plancha de la noche y, cuando las patas delanteras sintieron la frescura líquida, se echó en el suelo, de lado. El hombre, con el hombro apoyado en la arena áspera, bebió largamente, aunque no tuviese sed. Por encima del hombre y del caballo, la parte aún oscura del cielo rodaba despacio, arrastrando detrás de sí una luz pálida, apenas por el momento amarillenta, primero y, si no se conoce, engañador anuncio del carmín y del rojo que después explotarían por encima de la montaña, como en tantas otras montañas de tan diferentes lugares había visto ocurrir o en lo llano de las planicies. El caballo y el hombre se levantaron. Enfrente estaba la espesa barrera de los árboles, con defensas de zarzas entre los troncos. En lo alto de las ramas ya piaban los pájaros. El caballo atravesó el lecho del río con un trote inseguro y quiso entrar por la fuerza en lo enmarañado vegetal, pero el hombre prefería un paso más fácil. Con el tiempo, y había tenido mucho mucho tiempo para eso, había aprendido las maneras de moderar la impaciencia animal, algunas veces oponiéndose a ella con una violencia que explotaba y continuaba toda en su cerebro, o quizá en un punto



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