18 meses de cautiverio. De Annual a Monte Arruit. by Eduardo Perez Ortiz

18 meses de cautiverio. De Annual a Monte Arruit. by Eduardo Perez Ortiz

autor:Eduardo Perez Ortiz
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Biografía
ISBN: 9788493695095
editor: www.papyrefb2.net


XIV VIA CRUCIS

Nos alejamos al paso de nuestras cabalgaduras sin encontrar alma viviente hasta media hora después, en que llegamos a una kábila a la que pertenecen los que me conducen. Hace tiempo que suenan disparos sueltos en aquella dirección. Cuando damos vista al poblado comprendo por qué nos hemos separado algún tanto del camino a Nador. Se celebra una boda y mi escolta se propone aprovechar la fiesta que, a juzgar por la numerosa concurrencia, debe de ser un acontecimiento.

Bien pronto sé que quien se casa es el hijo del jete de aquella kábila. Este, presente allí entonces, se muestra conmigo tan solícito y amable como si fuese su más querido amigo. Varios indígenas de los que ya están en pleno festín no son menos atentos.

Nadie creería que aquella gente que así me recibía pudiese ser la misma que días antes había cometido los crímenes de Zeluán y Monte-Arruit. ¡Extraña psicología del moro! Sólo es explicable negándole en absoluto toda idea de sentido moral.

Se me atiende con preferencia y se me ofrece silla y mesa para comer en plato aparte el tradicional borrego asado. También me traen pan de trigo, todavía caliente, y un gran vaso de té.

Concluida la comida, tienen empeño en que conozca el baile de sus mujeres, danza que yo no había hasta entonces presenciado y es muy original. Puestas en dos filas, una frente a otra y casi en contacto, pues no queda apenas espacio para que por aquel estrechísimo callejón pase algún gracioso haciendo extravagancias o disparando su tusil, saltan todas ellas, jóvenes y viejas, sobre uno de sus pies como si tuviesen empeño de pisar, al compás acelerado de las panderetas, algún bicho que hubiese en el suelo.

Las he visto así, incansables, sofocadísimas bajo aquel sol abrasador, sudando copiosamente sin parar un momento y en medio de apretados corros de indígenas que disparan sus armas para alegrar la fiesta, unos ahora, otros después, cuando les parece, haciéndolo alguno junto al mismo oído de aquellas locas.

Quedo convencido de que las bayaderas del Rif no son otra cosa que osos amaestrados. Naturalmente, no comunico mi opinión a los que me invitaran a ver aquello. Únicamente les digo que deben tener cuidado de un muchacho de unos catorce años que, provisto de un Winchester, dispara en tal forma que va a llevarse por delante el cerebro de alguno.

Del baile pasamos a otro espectáculo de pura fantasía. Media docena de jinetes van a correr la pólvora.

No encuentro habilidad alguna en aquel ejercicio. Pienso que los que galopan para disparar luego al aire los tiros de sus carabinas acompañándose de atiplados gritos de guerra, son acaso los mismos que persiguieron a los indefensos fugitivos de Monte-Arruit, los que, más que entonces, hubieran corrido en los llanos de Ulad-Setud y Beni-Buyahi ante un solo amago de carga de nuestros húsares. ¡País de la fantasía! Mas al parecer no ha sido posible, no digo vencer ni castigar siquiera a aquellas tribus, sino preocuparlas un tanto por nuestra revancha.

Ven los indígenas



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