Whisky by Bruce Holbert

Whisky by Bruce Holbert

autor:Bruce Holbert [Holbert, Bruce]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2018-05-15T00:00:00+00:00


LAMENTACIONES

Junio 1984

Peg exploraba las áreas de servicio y los apartaderos de emergencia a la caza de coches o camiones insulsos, con dos o más hombres, y anotaba los detalles en una libreta que llevaba bajo el asiento. Una pick-up zarrapastrosa salió sin prisa a la carretera por delante de ellos. En la caja, bajo un toldo, iban tendidos cuatro hombres, pero unas salidas más adelante se desviaron hacia las ocho mil hectáreas de fresas.

Peg paró para ponerle agua al radiador y añadió la misma cantidad de anticongelante, luego llenó el depósito de gasolina. Otra pick-up pasó a su lado junto al surtidor, pero sus bulliciosos ocupantes resultaron ser chavales del instituto que venían a repostar cervezas y hielo. Peg retiró su sombrero de ala ancha del maletero, se puso las gafas de sol y se dirigió a la tienda para comprar mostaza, pan y fiambre.

El chico se despertó. Los kilómetros o el aburrimiento, acompañados de un café Big Gulp, le soltaron la lengua y se puso a improvisar una biografía. Provenía del norte, del condado de Stevens. Había asistido al Centro de Estudios Superiores, trabajado duro en una tienda de ropa de saldo y servido bandejas de cena a ancianos en un bufé local. Hacía poco, había visto sonreír a un tigre, dijo, y a un hombre exhalar su último suspiro.

Peg no decía nada. El chico era ridículo, pero entretenía.

—Los científicos arrancan la primera flor de la primavera, solo para ver cómo funciona —dijo—. La ciencia. El tiempo y el espacio, planetas que rotan, estrellas en órbita. Palabras grandilocuentes para cagarse con un montón de trolas en la Providencia, cuando en realidad no somos más que pensamientos que oscilan de un lado a otro hasta hundirse en la mente de Dios. —Hizo una pausa—. Eso es lo que arruina a las flores —concluyó.

Al caer la tarde, paró de nuevo para echar gasolina e hizo uso de los servicios, luego le cedió el turno al chico. Este se volatilizó en el 7-Eleven y reapareció al momento con una sonrisa en la cara y una rosa amarilla de tallo largo envuelta en celofán. Se la tendió. Reanudaron el viaje. La flor se balanceaba entre los dos sobre el asiento. El chico había pagado probablemente diez veces más de lo que valía.

A medianoche aparcaron en una cantera de grava abandonada a la que Peg había echado el ojo en el camino de ida. Se hicieron unos sándwiches y comieron, luego bebieron agua en botella. Peg se tragó una pastilla para dormir, al chico no le hizo falta.

Al amanecer, continuaron, parando de vez en cuando para café y gasolina, o para avituallarse de dónuts. Luego el chico empezó a soltar una homilía contra las palabras. No creía en ellas ni en sus símbolos. Mentir estaba a la orden del día, desde tiempos de Adán. Si fue un milagro que prácticamente unos simios separasen los gruñidos que emitían en secuencias con sentido más allá de las onomatopeyas, entonces sería también un milagro de lo más significativo deshacer todo ese tinglado y cerrar el círculo.



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