Nosotros, después by Sílvia Soler
autor:Sílvia Soler [Soler, Sílvia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2021-10-07T00:00:00+00:00
En medio de las altas olas
Soy un hombre de costumbres. Me gustan los pequeños rituales, el confort que proporcionan algunas repeticiones. Por eso, una de las cosas que más me gustaba de que Rita no estuviera haciendo teatro era «la noche de la pizza», cada viernes: para mà era sagrada.
A MarÃa le encantaba reflexionar sobre qué ingredientes le pondrÃamos y cada vez preparaba unas combinaciones más arriesgadas. Cuando yo volvÃa a casa, las encontraba a las dos en la cocina, con los delantales puestos y las manos llenas de harina. Aquella escena me ponÃa alegre.
Cuando Rita hacÃa teatro me sabÃa muy mal tener que renunciar a la noche de la pizza. «Podéis hacerla vosotros dos», decÃa ella. Y asà sucedÃa. Pero no era lo mismo.
En general, me hubiera gustado que Rita ejerciera más de madre. Los horarios no lo facilitaban: o bien tenÃa que levantarse de madrugada para grabar o volvÃa cuando la niña ya dormÃa, si estaba haciendo teatro. Aun asÃ, podÃa haberse esforzado un poco más. Cuando hablábamos del tema, ella siempre acababa echando las culpas a su madre. DecÃa que todo el mundo imita el modelo que ve en casa y que Lola no habÃa sido nunca «criaturera», que jamás las habÃa ayudado con los deberes ni tampoco se ponÃa a jugar con ellas. En general, a Rita, su madre solÃa servirle de excusa para todo.
Aquella noche llegué un poco tarde, asà que ya las encontré sentadas en el sofá, comiendo la pizza de berenjena, mozzarella y fuet. MarÃa tenÃa prisa para que la probara (papá, ven, siéntate, coge un trozo, verás qué buenÃsima está) y Rita me miraba de una manera extraña. Pensé que debÃan haberla rechazado para el nuevo montaje del Nacional y que estaba cabreada; creà que me mortificarÃa con una escena dramática antes de dormir. Vivir con AntÃgona, Blanche Dubois o Lady Macbeth, según el dÃa, podÃa llegar a ser muy pesado. Recuerdo que me sorprendió ver que habÃa abierto una botella de vino y que ya se habÃa bebido la mitad.
Me cambié de ropa y me senté en el sofá con ellas. Después de un buen hartón de pizza, convencà a MarÃa de que, en lugar de ver una peli como querÃa, nos fuéramos a la cama y hojeásemos un cuento. LeÃmos su preferido, El manzano Miranda, que iba sobre un árbol que hablaba y que deseaba que sus manzanas fueran azucaradas como las que se venden en las ferias.
Me lo sabÃa de memoria porque MarÃa querÃa leerlo cada noche desde hacÃa semanas. Digna hija de su padre, también se aferraba a sus costumbres. Le dije que aquella vez era la última, que después dejarÃamos reposar el cuento del manzano y leerÃamos otro. Escogió La mar salada y el marinero, y ya lo pusimos sobre la mesita de noche para el dÃa siguiente.
Cuando finalmente cayó rendida, volvà al comedor, que ya estaba a oscuras. Me extrañó que Rita se hubiera acostado tan pronto. Pero cuando ya habÃa dado media vuelta y me encontraba en la mitad del pasillo, oà que me llamaba desde el comedor.
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