Hasta mañana si Dios quiere (Spanish Edition) by Alfredo De Braganza
autor:Alfredo De Braganza [De Braganza, Alfredo]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2023-05-10T03:00:00+00:00
CAPÃTULO 25
La oscurecida noche se agolpaba contra la ventana de la cocina mientras el viento agitaba las siluetas oscuras de los árboles tras los cristales.
Arturo González habÃa dejado los platos y los cubiertos en el lavavajillas. Antes de apagar las luces del comedor, habÃa barrido el suelo. Luego habÃa colocado el camino de mesa sobre la superficie de madera y puesto el frutero encima.
Aquel frutero de cristal le gustaba mucho. Lo compró en un viaje a Irlanda, concretamente, a la ciudad de Waterford. Ãl creÃa que daba un aire de distinción al comedor.
Después, subió a su dormitorio.
Se tomó un par de pastillas. QuerÃa dormir de un tirón.
Se puso el pijama y, entonces, fue cuando escuchó un ruido procedente de la cocina.
Durante unos breves segundos, creyó haber oÃdo al gato Mario maullando. «Ese pesado gato». TendrÃa que decÃrselo a la señora Felisa. No dejaba de hacer agujeros en el jardÃn.
Escuchó de nuevo otro sonido.
En esta ocasión, parecÃa un ruido metálico. «¿Será el lavavajillas?», pensó.
A veces colocaba mal la cuberterÃa y alguna cucharilla o un cuchillo quedaba fuera de su sitio, produciendo un ruido al chocar con la cerámica de la vajilla u otro objeto.
Pero este no podÃa ser el caso porque no recordaba haber encendido el lavavajillas.
«Esto sà que no es producto de mi imaginación. Dejé el lavavajillas para mañana por la mañana», reflexionaba Arturo.
Se puso la bata y salió de su dormitorio con una zapatilla en la mano como arma.
Con mucho sigilo, llegó a la planta de abajo.
Unas profundas arrugas se formaron en el rostro. Estaba enfrente de la puerta de la cocina. ¿SerÃa capaz de enfrentarse cuerpo a cuerpo contra un ladrón? «Igual mi presencia lo asusta y sale corriendo». Aunque era raro, porque nunca se habÃa producido un robo en el pueblo de Moncada.
Los nudillos de la mano se volvieron casi blancos por la fuerza con que agarraba la manivela de la puerta. No se atrevÃa a abrir. ¿Y si lo dejaba para mañana? No, era ahora.
Giró con brusquedad la manivela hacia abajo y abrió la puerta de golpe. Alargó el brazo y encendió el interruptor.
Observó alrededor. ¿Qué era ese extraño olor? ¿De dónde procedÃa? Arturo apretó los dientes y frunció el ceño.
HabÃa algo encima de la encimera cubierto con un paño de cocina.
No habÃa hecho bizcocho y tampoco recordaba haberse dejado algo fuera del frigorÃfico. ¿Y si la memoria le estaba fallando?
Conforme se acercaba, el olor era cada vez más horrendo.
Le recordaba el tufo a las ratas muertas. En una ocasión habÃa tenido que poner veneno en el garaje y el olor que desprendÃan los cadáveres de aquellos feos animales era parecido.
Se llenó de valor. Tiró del paño y dio un salto hacia atrás.
Se tapó la boca con las manos para que sus propios gritos quedasen atrapados entre sus dientes.
Era un animal peludo, decapitado.
Era Mario, el gato de la señora Felisa. TenÃa la cabeza separada junto al cuerpo ensangrentado. Aún llevaba el collar con su nombre alrededor del cuello. Era horrible.
Se aferró a la pared buscando sostén.
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