Luis Vives by Jose Luis Villacañas

Luis Vives by Jose Luis Villacañas

autor:Jose Luis Villacañas [Villacañas, Jose Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Biografía
editor: ePubLibre
publicado: 2021-02-01T00:00:00+00:00


LA HORA DECISIVA

Con este ánimo, ciertamente realista, Vives encaraba el momento crucial de Europa y de España. «Nada bueno presagia ya mi espíritu», decía a Cranevelt a mitad de agosto de 1527. Con la efectividad de un diamante, cortaba la situación en un análisis certero. Al final, recordaba los informes recibidos, que hablaban de las reservas de muchos a la hora de entregarse al movimiento erasmista. «Donde hay ignorancia, allí está el poder, y donde hay conocimiento de la verdad, allí hay miedo[616]». Se lo habían dicho sus amigos españoles, que dudaban de implicarse en la lucha a favor de Erasmo por miedo a las consecuencias. Pero también veía hacia dónde iba el espíritu de Enrique VIII. Es verdad que Vives miraba la situación de la época desde los ojos desarraigados de un paria internacional, que se sentía difícilmente enrolado en cualquiera de las causas en disputa. Por eso se resistía a tomarse en serio las consignas de la propaganda. Claro que el Saco de Roma le parecía un atropello. Él no amaba la vida militar y detestaba a los soldados, pero no se dejaba engañar. «Créeme, peores desenfrenos hubiera cometido la Liga Santa, si hubiera vencido», le dice a su constante amigo[617]. No hablaba de oídas. Había leído los acuerdos secretos que suscribieron las potencias de la Liga y que permitían repartirse Nápoles entre el Papa y el rey de Francia. Vives estaba espantado y escandalizado. «¡Y nada menos que un papa, un Médici, un Clemente!». En el colmo de las complicidades, habían ofrecido a Enrique VIII una parte del botín, una importante renta perpetua, lo mismo que a Wolsey. Era el reparto de los despojos. Todo estaba permitido contra Carlos, parecía sugerir Vives, en un momento en que llamó «pobre» al emperador.

Pensar que nuestro filósofo podría mantenerse en la misma soledad que Erasmo sin recibir los asaltos de las facciones era pura ilusión. Si algo había mostrado el caso del maestro es que la independencia solo se conquista con la más dura de las batallas, no con la indiferencia. El problema era cómo presentar esa batalla manteniéndose firme en la divisa «Sin querella». Ahora que Gattinara quería concentrarse en la defensa de un concilio propuesto por el emperador, en una Roma bajo su poder, Vives era demasiado visible. Para ese fin, Gattinara intentaba convencer a Erasmo de que editara el manuscrito de la obra de Dante, De monarchia, que podía reforzar el movimiento ideológico imperial y reclamar la tradición gibelina, que hacía del emperador el jefe de la Iglesia con atribuciones para convocar el concilio cuando esta hiciera dejación de sus funciones. Lograr esto era decisivo para superar las tres murallas de Jericó que Lutero había visto que defendían la posición de la curia romana. En suma, la batalla de la Reforma entraba en una fase álgida. Si el César lograba convocar un concilio imperial, el cisma alemán podía ser detenido. Era lógico que los más duros del Gobierno de Castilla, como García de Loaysa, general de los dominicos y confesor imperial, mostraran posiciones radicales en contra de este proyecto.



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