(Zarco 01) Black, Black, Black by Marta Sanz

(Zarco 01) Black, Black, Black by Marta Sanz

autor:Marta Sanz [Sanz, Marta]
Format: epub
Tags: det_crime
editor: www.papyrefb2.net


Día 13

He ido al fisioterapeuta porque me dolía la espalda. Ultimamente he hecho demasiados esfuerzos. Soy una paciente: la de la doctora Llanos, la del doctor Bartoldi, la de la dermatóloga que me diagnosticó sarna, la de este fisiote-rapeuta que me ha dado tanto miedo que me he visto obligada a salir de mí misma para contar este episodio como si no fuera yo, como si no hubiese sido yo la mujer que estaba tumbada en la camilla y apoyada contra la pared. Cojo aire, me distancio y escribo la historia. Quiero que no me duela. Me miro desde arriba como cuando la doctora Llanos me anuncia que he de apretar mis pechos contra las placas del mamógrafo. El fisioterapeuta da comienzo a la representación:

«La columna vertebral es la madre.»

Hacía dos minutos que, después de que ella se hubiera quedado en bragas y sujetador, el fisioterapeuta le había invitado a bajar de la camilla y a quedarse de pie, delante de él. Ella le miraba como miraba al maestro cuando a los ocho años no conseguía entender las operaciones matemáticas. Sin embargo, aquel hombre era más joven que ella y lo contemplaba incómoda y a la vez buscando ayuda. El insistía: «La columna vertebral es la madre.»

Antes, al llegar a la consulta, la había tratado como si la conociese de siempre, como si tuvieran un montón de amigos comunes que le hubiesen contado todos sus secretos: «¿Algo importante en tu historia clínica?» «No, nada.» El fisioterapeuta le había mirado directamente al centro de los ojos. A ella no le quedó más remedio que corregirse: «Me rompí el brazo de pequeña. El húmero.» Se palpó esa parte del brazo que está por debajo del codo. Él sonrió, mordiendo su bolígrafo. Aquel hombre le recordaba a alguien, pero no sabía a quién. El la trataba como si, de hecho, tuviese que acordarse y fuera un error que no lo consiguiera: «¿El húmero?» «Bueno, no sé, el húmero, el cubito, el radio...» Se había confundido de hueso. Sintió vergüenza. El cerró su cuaderno de notas.

Pasaron a otro cuarto. Ella se quedó en bragas y sujetador. El fisioterapeuta la colocó de pie, de cara a la pared. Ella no podía verle mientras la escrutaba: «Tu marido debería haberte dicho que tienes la oreja izquierda más alta que la derecha. Lo mismo ocurre con los hombros.» Ella se llevó las manos a las orejas y se encogió para ocultarse, porque se encontraba cheposa e inarmónica. Se subió un tirante del sujetador que se le caía todo el rato. «Tu marido es poco observador.» No le confesó que su marido se había marchado porque ella pasó por una época extremadamente susceptible.

El fisioterapeuta le pintó el cuerpo con un lápiz azul. Se lo pintó de arriba abajo, de un lado a otro. Las rayas eran los síntomas, las imperfecciones. Ella se sintió muy enferma o algo peor, torcida, fea. Pensó que ya nunca se quitaría el abrigo al entrar en las casas.



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