Wortley Montagu, Lady Mary by Cartas desde Estambul

Wortley Montagu, Lady Mary by Cartas desde Estambul

autor:Cartas desde Estambul [Estambul, Cartas desde]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Carta XXXIV

A lady Mar,

Adrianópolis, 18 de abril de 1718

Mi querida hermana, te escribí a ti y a todos mis otros corresponsales ingleses, y mis cartas partieron con el último barco, pero sólo el cielo sabe cuándo tendré otra oportunidad de hacerte llegar noticias mías; no obstante, no puedo abstenerme de escribir aunque quizás mi carta permanezca en mis manos dos meses más. A decir verdad, mi cabeza se llenó ayer de tantos festejos que, para mi propio bien, me es absolutamente indispensable darle rienda suelta. Sin más preámbulos, iniciaré mi historia.

Me invitaron a cenar en casa de la esposa del Gran Visir,[146] y fue con gran placer que me preparé para una ceremonia jamás ofrecida a ninguna cristiana. Pensé que iba yo a satisfacer muy poco la curiosidad de esta señora, pues no me cabía duda de que la invitación se debía a su curiosidad, si iba ataviada con un traje que ella hubiese visto ya, por tanto, me vestí siguiendo la costumbre de la corte de Viena, mucho más suntuosa que la nuestra. Sin embargo, decidí ir de incógnito para evitar cualquier disputa sobre el ceremonial, y fui en un carruaje turco, asistida únicamente por mi doncella, que me llevó la cola, y la dama griega que me hacía de intérprete. Fui recibida en la puerta del patio por su eunuco negro, quien me ayudó a descender del carruaje con un gran respeto, y me condujo a través de varias estancias, donde las esclavas de la señora, ricamente ataviadas, formaban fila a ambos lados. En el lugar más recóndito, encontré a la dama sentada en su sofá, con un chaleco de marta cibelina. Se acercó para recibirme y, con gran educación, me presentó a media decena de sus amigas. Parecía una muy buena mujer, de unos cincuenta años. Me sorprendió observar tan poca opulencia en su casa, siendo todos los muebles muy moderados y, a excepción de los trajes y el número de esclavas, nada en su persona tenía aspecto de caro. Me adivinó el pensamiento y me dijo que ya no tenía edad para malgastar su tiempo ni su dinero en superfluidades, que todos sus gastos iban destinados a obras de bien y toda su actividad giraba en torno a rezarle a Dios. No había afectación en sus palabras; tanto ella como su esposo están totalmente dedicados a la devoción. Él jamás mira a ninguna otra mujer y, lo que es más extraordinario, no acepta sobornos, a pesar del ejemplo de todos sus predecesores. Tan escrupuloso es en este punto, que no quiso aceptar el regalo del señor Wortley hasta que le hubo asegurado una y otra vez que era un requisito preestablecido de su cargo y algo que acostumbran hacer todos los embajadores al presentarse.

Ella me entretuvo con todo tipo de cortesías hasta que trajeron la cena, que sirvieron, un plato a la vez hasta completar un gran número de ellos, todos preparados a su estilo, que no me pareció tan malo como habrás oído describir. Me



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