Villanos victorianos by AA. VV

Villanos victorianos by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2021-03-03T00:00:00+00:00


La bella Valentine, que debía convertirse en mi pseudoesposa, estrujó el telegrama azul al metérselo en el bolsillo, se subió a su asiento, se envolvió en la manta y me ordenó seguir.

La miré de reojo, pero parecía del todo inconsciente del extraordinario contenido de la carta del conde.

Ya habíamos recorrido al menos otros treinta kilómetros en silencio cuando, por fin, al subir una empinada colina, me giré hacia ella y le dije:

—El conde me ha enviado unas instrucciones harto insólitas, mademoiselle. Tras cruzar la frontera, he de fingir que soy el conde de Bourbriac, ¡y usted debe hacerse pasar por la condesa!

—¿Y? —preguntó la joven arqueando las bien delineadas cejas⁠—. ¿Tan difícil le parece, monsieur? ¿No es partidario de permitir que me haga pasar por su esposa?

—En absoluto —repuse sonriendo—. Es solo que…, bueno, es algo… mmm… poco convencional, ¿no?

—Es más una aventura divertida que otra cosa —⁠dijo ella entre risas⁠—. Yo le llamaré mon cher Gastón, y usted…, bueno, usted me llamará su petite Liane. Liane de Bourbriac suena bien, ¿verdad?

—Sí, pero ¿por qué esta mascarada? —quise saber⁠—. Confieso, mademoiselle, que no lo entiendo.

—El querido Bindo, sí, pregúntele a él. —Luego, tras una breve pausa, añadió⁠—: ¡Es casi como estar en una novela! —⁠Y se echó a reír contenta, como si disfrutara a fondo de aquella correría.

La corta tarde de invierno pasó mientras yo seguía conduciendo sin disminuir la velocidad. El tenue sol amarillo se puso muy despacio a nuestras espaldas y se fue haciendo más oscuro. A medida que el día se apagaba, el frío se hacía más intenso y, cuando me detuve para encender los faroles, me quité la bufanda de cachemira y se la puse a mi joven acompañante alrededor del cuello.

Por fin llegamos al pueblecito fronterizo, donde nos detuvimos delante de la aduana belga, pagamos el depósito por el coche y obtuvimos el plúmbeo sello. Luego, después de tomar una copa de coñac cada uno en un pequeño café local, volvimos a emprender el camino por la ancha carretera que cruza Ath y llega a Bruselas.

Un pinchazo en un lugar llamado Leuze hizo que nos retrasáramos un poco, pero la pseudocondesa se bajó y me ayudó, incluso a inflar el nuevo neumático, afirmando que el ejercicio la haría entrar en calor.

Por qué razón la bella Valentine debía hacerse pasar por mi esposa era, para mí, todo un misterio. Sin duda, Bindo estaba involucrado en una nueva estafa, pero me devané los sesos en vano tratando de descubrir cuál podría ser.

Cerca de Enghien tuvimos algunos problemas más con las ruedas, pues había kilómetros de carretera recién cubiertos de grava. Como todo automovilista sabe, las desgracias nunca vienen solas y, en consecuencia, ya eran las siete de la mañana siguiente cuando entramos en Bruselas por la Puerta de Hal y recorrimos el magnífico bulevar de Anspach hasta el Grand Hotel.

El portero galoneado de oro, que obviamente nos esperaba, salió corriendo gorra en mimo, y yo, adoptando enseguida mi papel de conde, ayudé a apearse a la «condesa» y entregué el automóvil a uno de los empleados de la cochera del hotel.



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