Viejos Amores by Juan Madrid

Viejos Amores by Juan Madrid

autor:Juan Madrid
La lengua: spa
Format: epub
Tags: det_history
editor: www.papyrefb2.net


—15-

No le arreglé nada. Fui a su casa por hacerle un favor, se lo juro, señor juez. Siempre me estaba invitando a acompañarla.

»Me decía que estaba muy sola, que sus hijos eran unos desgraciados. Esa tarde me vio en el bar cuando pasaba por la calle, entró y me invitó a cerveza. Tengo testigos.

—Efectivamente. Tiene usted testigos, parroquianos del bar El Tropezón y su dueño, don Rosendo Gómez Aparicio. Todos están dispuestos a jurar en un tribunal que lo vieron hablar con doña Carmen Sarmiento Romero a las tres treinta de la tarde del diez de julio. Luego salieron juntos. ¿A dónde fueron, al domicilio de la mencionada señora?

—Me dijo que su marido se encontraba fuera. Que me invitaría a cerveza.

—Y usted la acompañó.

—Ya se lo he dicho, señor juez. Para hacerle un favor.

—¿Por qué la estranguló?

—Yo no he estrangulado a nadie.

—Dejemos esto. ¿Se acuerda ahora de otra señora, de doña Asunción Balaguer Tirado? Antes dijo que no se acordaba de ella.

—Le digo que no me suena ese nombre. Tiene usted que creerme.

—¿No recuerda a doña Asunción Balaguer? Usted ha visitado su casa varias veces para arreglarle la ducha, según declaran testigos. La última vez precisamente el doce de julio a las quince treinta y cinco de la tarde. Dos días después que estuviera con doña Carmen Sarmiento.

—¿Asunción... Asunción? Es que no me suena, señor juez. No puedo acordarme de todas las tías a las que les he arreglado las cañerías.

—Le refrescaré la memoria otra vez. A doña Asunción Balaguer la llamaban en el barrio «La Gorriona», al parecer porque de joven tuvo una pajarería en la calle del Fomento.

—«La Gorriona», sí. Esa vieja antes había sido puta. Bueno... de vieja también lo era.

—Pasemos por alto su vocabulario. ¿Reconoce entonces haber ido a su casa la tarde del doce de julio?

—El desagüe de la ducha estaba tupido de pelos y mocos. «La Gorriona» era una guarra.

—Le recuerdo que doña Asunción Balaguer tenía sesenta y nueve años, gozaba de buena salud y apareció muerta el catorce por la mañana, tendida en la cama, cuando una vecina entró en su domicilio, extrañada de su ausencia. Esa vecina le ha reconocido.

—Yo no le hice nada a esa... bueno, a esa puta.

—Modere su lenguaje, por favor. Esa persona está muerta. Tenga respeto.

—Disculpe usted, pero esa señora seguía siendo... verá, era prostituta. Puede usted preguntar en el barrio. Usted no me puede enchironar por eso. Cualquiera podría haber sido. Yo no he matado a ninguna puta vieja. Ni a «La Gorriona», ni a nadie.

—Si sigue manifestándose así, no tendré más remedio que acusarle de desacato a un magistrado de Instrucción en el ejercicio de funciones. Otra falta de respeto y lo esposaré, señor Ruiz. ¿Lo ha entendido?

—Por favor, disculpe. No he querido insultar. Es que... bueno, era de la calle, una mujer de la calle. ¿Entiende?

—Bien, ha quedado suficientemente claro que usted no sólo conocía a doña Asunción Balaguer, sino que frecuentaba su casa a causa de su profesión de fontanero. Ahora conteste de una vez.



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