Vi by Nikolái Gógol

Vi by Nikolái Gógol

autor:Nikolái Gógol [Gógol, Nikolái]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Fantástico, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1834-12-31T16:00:00+00:00


El hambre que en esos momentos empezó a acuciar al filósofo hizo que por unos instantes se olvidara por completo de la difunta. Pronto toda la servidumbre empezó a congregarse en la cocina, que en esa casa constituía una especie de club, en el que se reunían cuantos seres vivos deambulaban por el patio, incluidos los perros, que, moviendo la cola, se acercaban hasta la puerta en busca de huesos y desperdicios. Cuando se enviaba a un criado a cualquier parte para cumplir alguna tarea, antes de partir entraba en la cocina para reposar unos instantes en el banco y fumar una pipa. Todos los solteros de la casa, luciendo sus caftanes cosacos, se pasaban allí casi todo el día, tumbados en el banco, debajo de este, o en el poyo de la estufa; en una palabra, en cualquier sitio apropiado para echarse. Además, todos ellos olvidaban siempre en la cocina el gorro, el látigo para ahuyentar a los perros ajenos o algún otro objeto del mismo jaez. Pero la reunión más concurrida se producía a la hora de la cena, cuando llegaban el yegüero, que ya había encerrado los caballos en el aprisco; el mayoral, que había traído las vacas para ordeñarlas, y todos aquellos a los que no se veía en el transcurso del día. Durante la cena hasta los más reservados sentían ganas de participar en la charla. Por lo general, se hablaba de todo: de que uno se había hecho un pantalón nuevo, de que otro había visto un lobo, de lo que se ocultaba en el interior de la tierra. No faltaban los bromistas, especie muy común en Ucrania.

El filósofo tomó asiento junto a los otros, que se habían instalado delante de la puerta de la cocina, al aire libre, formando un corro. Una campesina de cofia roja no tardó en aparecer en el umbral, sosteniendo con ambas manos un puchero humeante lleno de galushkas, que depositó en medio de los que se disponían a cenar. Cada uno de los comensales sacó del bolsillo una cuchara de madera o, en su defecto, un simple palo. En cuanto las mandíbulas empezaron a moverse más despacio y se aplacó un tanto el hambre de lobo de todos los presentes, muchos se pusieron a charlar. Como no podía ser de otra manera, la conversación versó sobre la difunta.

—¿Es cierto —decía un pastor joven, que tenía en la correa de cuero de la pipa tantos botones y placas de cobre que parecía una chatarrería—, es cierto que la señorita, que Dios la perdone, tenía tratos con el diablo?

—¿Quién? ¿La señorita? —dijo Dorosh, ya conocido de nuestro filósofo—. ¡Era una auténtica bruja! ¡Ya lo creo!

—¡Basta, basta, Dorosh! —dijo otro, aquel que por el camino se había mostrado tan dispuesto a consolar a sus compañeros—. Ese asunto no nos concierne. Déjalo. Más vale que no hablemos de él.

Pero Dorosh no tenía intención de callarse. Acababa de bajar a la bodega en compañía del ama de llaves para un asunto muy importante



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