Uno por otros by Philip Kerr

Uno por otros by Philip Kerr

autor:Philip Kerr [Kerr, Philip]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2005-12-31T16:00:00+00:00


21

Me senté en la nave lateral de la iglesia del Espíritu Santo, del siglo XV, cerca del confesionario, y esperé a que estuviera libre. Estaba más o menos seguro de que Gotovina estaba dentro porque tenía a la vista a los otros dos curas que había visto en mi visita anterior. Uno de ellos, un auténtico cura comprensivo con una sonrisa de aguantar a los niños pequeños, mantenía una discreta conversación con una mujer grandecita que iba al mercado justo en el interior de la puerta principal. El otro, de aspecto delicado, con el pelo oscuro y bigote de proxeneta, que sujetaba un bastón con el mango de plata, renqueaba hacia el altar mayor como un insecto de sólo tres patas, como si algo le hubiera dado un fuerte manotazo y se encaminara a rezar por ellos.

En aquel lugar reinaba un fuerte olor a incienso, madera recién cortada y mortero de construcción. Un hombre con un parche afinaba un piano espléndido de una forma que hacía pensar que probablemente perdía el tiempo. Unas seis o siete filas delante de mí, había una mujer arrodillada rezando. Una gran cantidad de luz entraba por las altas ventanas arqueadas y, por encima de ellas, las ventanitas redondas. El techo parecía la tapa de una caja de galletas muy elaborada. Alguien movió una silla y, en el cavernoso interior de la iglesia, sonó como un asno que soltaba un fuerte rebuzno de discrepancia. Ahora que volvía a verlo, el altar, de mármol negro y oro, me recordaba a una sofisticada góndola funeraria veneciana. Era de ese tipo de iglesias donde casi esperas que haya un botones que te ayude a llevar el cantoral.

El efecto de la anfetamina empezaba a pasarse un poco. Quería estirarme. El banco de madera pulida en el que estaba sentado comenzaba a tener un aspecto muy cómodo y tentador. Entonces la cortina verde del confesionario se movió, la corrieron del todo y salió una mujer atractiva de unos treinta años. Sujetaba un rosario, se santiguaba más como formalidad que por otra cosa. Llevaba un vestido rojo ajustado y era fácil ver por qué había pasado tanto tiempo en el confesionario. Por su mirada, ninguno de los pecados veniales la hubiera retenido. Estaba hecha para un solo tipo de pecado, el pecado mortal que profería un fuerte grito a los cielos cuando conseguías tocarla en el lugar adecuado. Cerró los ojos un momento e inspiró hondo de tal manera que disparó mi libido hasta realcanzar la cúspide de las columnas rococó y la volvió a calmar. Los guantes de terciopelo iban a juego con el bolso, que a su vez conjuntaba con los zapatos, que iban a conjunto con el pintalabios, que combinaba con el velo del sombrerito que cumplía con su función. El escarlata era un color muy adecuado para ella. Parecía la palabra hecha carne, mientras la palabra fuera «sexo». Una especie de epifanía. La campeona de peso pesado de todas las mujeres de vida disoluta vestidas de escarlata. Cuando la veías, pensabas que el Libro de las Revelaciones probablemente tenía un nombre adecuado.



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