Una historia de la lectura by Alberto Manguel

Una historia de la lectura by Alberto Manguel

autor:Alberto Manguel
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Comunicación, Ensayo
publicado: 2012-10-31T23:00:00+00:00


¡Sé escriba! ¡Graba esto en tu corazón

para que también tu nombre perdure!

El rollo es mejor que la piedra tallada.

Un hombre ha muerto: su cadáver polvo es

Y su gente ha desaparecido de la tierra.

Un libro es lo que hace que sea recordado

En la boca del hablante que lo lee12.

Dos tablillas de estudiantes procedentes de Summer. El maestro escribía en un lado y el alumno copiaba el mismo texto en el otro.

Un escritor puede elaborar un texto de varias maneras, eligiendo, del patrimonio común de palabras, aquellas que parecen expresar mejor el mensaje. Pero el lector que recibe el texto tampoco está limitado a una única interpretación. Si bien, como hemos dicho, las lecturas de un texto no son infinitas —están circunscritas por las convenciones gramaticales y los límites impuestos por el sentido común—, tampoco están estrictamente dictadas por el texto mismo. Cualquier texto escrito, dice el crítico francés Jacques Derrida13 “es legible aunque el momento de su producción se haya perdido para siempre y aunque no sepamos lo que su supuesto autor intentaba conscientemente decir en el momento de escribirlo, es decir, el texto queda abandonado a su tendencia esencial”. Por esa razón, el autor (el escritor, el escriba) que desea preservar e imponer un sentido también tiene que ser el lector del texto. Ése es el secreto privilegio que se concedió el escriba mesopotámico y que yo, leyendo en las ruinas de lo que puede haber sido su biblioteca, usurpo.

En un famoso ensayo, Roland Barthes proponía una distinción entre écrivain y écrivant: el primero cumple una función y el segundo una actividad; para el écrivain, la lectura es un verbo intransitivo; para el écrivant el verbo siempre tiene un objetivo: adoctrinar, dar testimonio, explicar, enseñar14. Es posible que se pueda aplicar la misma distinción a dos maneras de leer: la del lector para quien el texto justifica su existencia en el acto mismo de la lectura, sin motivos ulteriores (ni siquiera el entretenimiento, puesto que la noción de placer está implícita en la consumación del acto), y la del lector con un motivo ulterior (leer, criticar), para quien el texto es un vehículo para otra función. La primera actividad tiene lugar dentro de un marco temporal dictado por la naturaleza del texto; la segunda existe en un marco temporal impuesto por el lector relacionado con el propósito de esa lectura. Esto tal vez coincida con lo que, según san Agustín, era una distinción establecida por Dios en persona. “Lo que mi Escritura dice, lo digo Yo”, oye Agustín que Dios le revela. “La Escritura habla temporalmente, pero a mi Verbo no tiene acceso el tiempo, porque subsiste en la misma eternidad que Yo. De esta suerte, las cosas que por mi Espíritu veis vosotros, Yo las veo; así como aquellas que por mi Espíritu decís vosotros, Yo las digo. De modo que viéndolas temporalmente vosotros, Yo no las veo temporalmente, así como diciéndolas temporalmente vosotros, Yo no las digo temporalmente”15.

Como el escriba sabía, como la sociedad descubrió, la extraordinaria invención



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