Un vagabundo de las islas by Joseph Conrad

Un vagabundo de las islas by Joseph Conrad

autor:Joseph Conrad [Conrad, Joseph]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1896-01-01T00:00:00+00:00


IV

Consciente o inconscientemente, los hombres se muestran orgullosos de la firmeza de sus designios, de la rigidez de sus principios y de la seguridad del rumbo que cada cual imprime a su vida. Van rectos hacia sus deseos, sin una vacilación, aunque esos deseos los conduzcan a veces al crimen. Y recorren el camino de su vida orgullosos de no desviarse de la ruta, esclavos en realidad de sus apetitos, de sus pasiones o de sus instintos.

El hombre de voluntad, sobre todo, no vacila jamás. Sabe adónde va y a lo que va. Y ningún obstáculo le detiene, teniendo al fin la alegría de alcanzar la meta y recoger la recompensa de su sano y elevado optimismo.

Lingard era un hombre de voluntad, un hombre que jamás había vacilado en el camino de su vida. Era un hombre de suerte. Comerciante afortunado, triunfador en sus luchas y en sus empeños, gran navegante, podía estar satisfecho de sí mismo. Conocía todos los mares del orbe; todo el mundo le respetaba y le alababa; y bien podía considerarse un hombre feliz. Apenas leía nada. Muy pocos libros habían caído en sus manos, y, además, todo su tiempo estaba ocupado en sus largas travesías, en el comercio, en todas las manifestaciones de una actividad desbordante y fecunda. Su mayor placer había sido siempre socorrer y guiar a los hombres de vida aventurera y descarriada. Recordaba su ciudad natal, en la bahía de Falmouth, donde se formó su alma inocente y cándida; los lejanos días del colegio; al sacerdote que todos los domingos iba a enseñarles la doctrina y a darles nobles y prudentes consejos. Luego, un día, siendo aún muy joven, pero estando ansioso de ver mundo, abandonó el rincón natal en aquel bergantín en que recorrió por primera vez los mares a los que iba a dedicar su vida entera y donde haría su fortuna. Cuando pensaba en su carrera —primero comandante de buque, luego armador y, al fin, hombre adinerado, respetado por doquier y elevado casi a la categoría de rajá, hasta el punto de que él mismo estaba asombrado y casi aterrado de su propia suerte, que le parecía lo más maravilloso que se había visto jamás—, el capitán se henchía de legítimo orgullo. Su experiencia le parecía inmensa y definitiva, mostrándole con toda claridad la lección sencilla de la vida. En la tierra, lo mismo que en el mar, sólo había para los hombres dos caminos que seguir: el de la rectitud y el de la infamia, la maldad y la deshonra. Pero el sentido común indica con toda claridad a un hombre honrado el camino recto del deber. El otro era el camino de los locos y de los insensatos, que sólo conduce a la pérdida del dinero, al descrédito, a la ruina y a la muerte. Por lo demás, aunque él había escogido desde el principio la senda del deber y de la virtud, no por eso se mostraba altivo ni duro con los desgraciados, ni siquiera con



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