Un pacto audaz by Laura Lee Guhrke

Un pacto audaz by Laura Lee Guhrke

autor:Laura Lee Guhrke
La lengua: spa
Format: epub, mobi
editor: Harlequin
publicado: 2016-01-14T16:00:00+00:00


Capítulo 12

Stuart había experimentado todo tipo de sentimientos intensos a lo largo de su vida. Había vivido el estúpido delirio del primer amor y las oscuras profundidades de la tristeza. Se había sentido sobrecogido por la belleza arrebatadora de una puesta de sol en África y se había quedado paralizado ante el rostro vivaz de una joven pecosa. Había conocido el placer, el deseo, la alegría y la desesperación.

Y pensaba que había conocido la rabia. Hasta ese momento.

Stuart se levantó en el dormitorio de Edie y supo que toda la rabia que había experimentado hasta entonces no había sido nada más que una ligera irritación. La rabia era diferente. La rabia era aquello: la sangre corriendo por el torrente de sus venas como un río de lava, la cabeza a punto de estallarle, una oscuridad que descendía por sus ojos y bloqueaba todo lo que no fuera la mano temblorosa de Edie intentando unir el encaje.

En aquel gesto insignificante se había revelado la verdad como un rayo repentino, dejándole completamente paralizado mientras Edie escapaba. No podía seguirla ni siquiera en aquel momento. No podía moverse, no podía pensar con aquella rabia estallando en su interior. Solo podía sentir.

Allí de pie, en una pulcra habitación inglesa decorada en seda lavanda y terciopelo, se sintió más salvaje, más primario que cualquiera de las bestias que había encontrado en África.

Quería matar al hijo de perra que le había hecho aquello a Edie. Quería darle caza, seguirle el rastro, derribarle y arrancarle a tiras hasta el último pedazo de carne. Quería enfrentarse al padre de Edie y reprocharle que no hubiera hecho nada para vengarla. Quería azotarse a sí mismo por no haber sido capaz de reconocer la verdad hasta entonces. Quería emborracharse, comenzar una pelea, abrir la pared de un puñetazo. Hacer cualquier cosa, salvo lo que sabía que tenía que hacer.

Stuart respiró hondo y se pasó las manos por la cara, intentando dominar la violencia que se había apoderado de él. La rabia no iba a servirle de nada en aquel momento.

Alargó la mano hacia el bastón, se puso las zapatillas y se dirigió hacia el dormitorio. Se vistió para la cena, y, de alguna manera, ponerse una camisa de almidonada pechera, un chaleco blanco, unos pantalones negros y una chaqueta del mismo color le ayudó a atemperar la rabia. Mientras se ataba la corbata blanca en un lazo, se cerraba el cuello, abrochaba los gemelos y metía un pañuelo blanco en el bolsillo de la chaqueta, fue capaz de apartar la parte de su alma que se había convertido en una bestia rabiosa y recuperar al hombre civilizado que era.

Solo entonces fue a buscar a su esposa.

La encontró en el Jardín Romano o, como ella lo llamaba, el Jardín Secreto. Estaba sentada en el banco en el que se habían sentado el día anterior, pero, cuando le vio salir de entre las plantas de hinojo y gordolobo, se levantó de un salto.

—¿Qué quieres?

Stuart se detuvo y la estudió a través del jardín, preguntándose cómo proceder para no causarle más dolor ni empeorar las cosas.



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