Un dulce sabor a muerte by Ellis Peters

Un dulce sabor a muerte by Ellis Peters

autor:Ellis Peters [Peters, Ellis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1976-12-31T16:00:00+00:00


VII

espués de completas, bajo la suave luz del anochecer, mientras el oblicuo sol poniente se filtraba a través de las jóvenes hojas verde cromo, los seis subieron juntos a la capilla de madera del solitario camposanto para acompañar al primer par de peregrinos a la vigilia. Y allí, con el propósito de reunirse con ellos en el claro junto a la entrada, avanzaba también otra procesión compuesta por los empleados y criados de Rhisiart. Salieron del bosque portando a hombros el cuerpo de su señor; su hija, convertida en la dueña de la casa, les precedía con erguida dignidad, vestida de negro y con la cabeza cubierta por un velo gris bajo el cual asomaba su larga melena suelta en señal de duelo. Su semblante era sereno y sus ojos parecían perderse en la lejanía. Hubiera podido amedrentar a cualquier hombre, incluso a un abad. El prior Roberto se impresionó al verla y Cadfael la miró con orgullo.

Lejos de amilanarse ante la presencia de Roberto, la joven imprimió a sus pies un ritmo más digno y decidido, y siguió adelante. Después se detuvo a unos tres pasos de distancia de él y permaneció tan inmóvil que Roberto, de haber sido un necio, hubiera podido tomar aquel gesto por sumisión. Mientras la observaba en silencio, vio a una mujer, apenas una niña, que pretendía enfrentarse a él en pie de igualdad, aunque eso él aún no lo sabía.

—Fray Cadfael —dijo Sioned, sin apartar los ojos de Roberto—, acercaos y traducid claramente mis palabras al prior. Quiero pedirle que rece por mi padre.

Rhisiart se encontraba a su espalda, no en un féretro sino simplemente envuelto en un lienzo blanco de lino bajo el cual se distinguían todos los perfiles de su cuerpo y su rostro, tendido sobre un lecho de ramas verdes en unas andas de madera. Los negros y misteriosos ojos de quienes las portaban brillaban como pequeñas lámparas alrededor de un catafalco, fijándose en todo sin revelar nada. Al ver a la muchacha tan joven y desamparada, el prior Roberto, a pesar de su aplomo, experimentó una punzada de inquietud y puede que incluso de compasión.

—Haced vuestra plegaria, hija mía.

—He oído decir que queréis celebrar tres noches de vigilia en honor de Santa Winifreda, antes de llevarla con vosotros. Pido que, en sufragio del alma de mi padre, si os ofendió contra ella, cosa que jamás tuvo intención de hacer, se le permita yacer tres noches delante de este altar, al cuidado de quienes hagan la vigilia. Y pido que éstos ofrezcan una oración por su perdón y el descanso de su alma, una sola oración en una larga noche de plegarias. ¿Os parece que es pedir demasiado?

—Me parece una justa petición de una hija fiel —contestó el prior Roberto, el cual pertenecía a una noble familia y sabía valorar los vínculos de la sangre y el nacimiento. No todo en él era falsedad.

—Espero una señal de gracia —añadió Sioned—, tanto más sabiendo que vos lo aprobáis.

Semejante petición no podría por menos que añadir lustre y gloria a la fama del prior Roberto.



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