Un día en la guerra (Spanish Edition) by Miguel Rodríguez Echeandía

Un día en la guerra (Spanish Edition) by Miguel Rodríguez Echeandía

autor:Miguel Rodríguez Echeandía [Rodríguez Echeandía, Miguel]
La lengua: spa
Format: mobi
publicado: 2019-08-18T16:00:00+00:00


Capítulo VIII

«El peón es la causa más frecuente de la derrota.»

Wilhelm Steinitz

Con la retaguarda más o menos cubierta y los ánimos en alza el capitán decide que hay que moverse. No es muy inteligente quedarnos guardando la ruta más rápida para que el ejército enemigo descienda desde el altozano hasta su caballería ligera. Siendo tan pocos si les da por cabalgar hacia nuestra posición no podremos pararlos. Estratégicamente tiene sentido mantener nuestra posición, conservar un punto que se ha vuelto vital para el devenir de la batalla, pero no estamos por la labor de seguir siendo los conejillos de indias de nuestros superiores. Si el enemigo necesita esta vía libre para comunicarse, por nosotros puede quedársela.

La pira sigue ardiendo cuando pasamos junto a ella. No la miramos más que de refilón pues el hedor a carne quemada y el humo nos hacen entrecerrar los ojos escuchándose arcadas entremezcladas con toses… En realidad yo no la miro porque me recuerda lo cerca que he estado de acabar formando parte de ella, de no ser más que otro cadáver requemado que ya cumplió con su misión en este mundo.

Revisamos el escondite donde hemos dejado a los heridos, que parecen apañarse bien en espera de poder establecer una ruta para retroceder. Los menos graves cuidan del resto aplicando ungüentos y limpiando gasas, e incluso los que peor aspecto tienen parecen decididos a salir adelante. Son soldados duros, tan orgullosos en su insignificancia que hasta las Parcas dudan si pueden llevárselos o no. Mirándoles me acuerdo de la historia de Caronte, que me aterrorizó de pequeño durante años, y metiendo la mano en un bolsillo respiro tranquilo al palpar dos pequeñas monedas. Servirán para cruzar la laguna Estigia llegado el momento.

El lugar que nuestro capitán elige como destino es una pared de roca en la que poder refugiarnos de miradas indiscretas, ya que al este creemos que sigue el fuertemente armado cuartel general enemigo con al menos una unidad de caballería pesada escoltándolos. Las tripas nos empiezan a sonar: ha pasado la hora de comer y con tantas emociones no hemos tenido un instante para servir el rancho. Toca sacar de nuestros petates los pocos alimentos que tenemos –pan duro, algo de carne en salazón y agua fétida– y disfrutarlos como si de verdaderos manjares se tratasen. Al abrigo de la piedra y con el estómago lleno nos parece que todavía tenemos posibilidades de salir vivos de la contienda, y eso nos reconforta ante la perspectiva de estar atrincherados y sin contacto con nuestros superiores en lo que puede ser una eternidad.

Aprovechando el buen ánimo general nuestro líder nos hace formar contra la pared, pudiendo así mantener una barrera de picas sólida al ahorrarnos cubrir los flancos y la retaguardia. Desde fuera nos observa dando distintas órdenes para evaluar la capacidad de movimiento de los treinta y seis hombres que tiene bajo su mando y una vez está satisfecho organiza las guardias y nos deja descansar. Él se retira a unos pasos del resto



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