Un blues mestizo (Contemporánea) (Spanish Edition) by Esi Edugyan

Un blues mestizo (Contemporánea) (Spanish Edition) by Esi Edugyan

autor:Esi Edugyan [Edugyan, Esi]
La lengua: spa
Format: azw3
ISBN: 9788484287193
editor: Alba Editorial
publicado: 2012-02-21T16:00:00+00:00


Cuando salimos de Hagenbecks era como si el Niño hubiera perdido algo, como si se hubiera despojado de su furia, y ahora solo parecía cansado. No fuimos directamente a casa de Ernst, sino que me llevó hasta los muelles y una vez allí aparcamos despacio, salimos del coche y caminamos hasta el final de la pasarela para sentarnos un rato bajo la fresca luz del sol, con las piernas colgando sobre las oscuras aguas. Una bandada de gaviotas nos sobrevoló entre graznidos. El aire hedía a sal y al puerto, situado al otro lado.

Un barco gris de gran tamaño entró lentamente en la dársena. Hiero se sacudió el barro seco de los zapatos y miró hacia el vasto manto de agua.

–Parece increíble que al otro lado de toda esta agua haya argelinos.

Asentí, deprimido.

–Y también islandeses.

Hiero sonrió.

–¿Canadienses?

–Indios.

–Y algún pobre tipo en Baltimore mirando hacia aquí –dijo el Niño balanceando sus grandes pies.

Fruncí el ceño.

–Puede que incluso lo conozca. Podría ser mi tío Henry.

–América –dijo Hiero. Y había algo en su voz...

–Se habla de este mar y de ese otro –dije–. El Atlántico, el Pacífico. Pero en realidad es la misma agua, ¿no? ¿Por qué dividirla?

Hiero miró las gaviotas con los ojos entrecerrados.

–Eres todo un poeta, Sid. Un puto Heródoto.

Pero mis pensamientos vagaban ya hacia el día en que el Niño entró en nuestras vidas. Cómo Paul lo trajo al Hound una noche. Llevaba la cara medio tapada por una gorra vieja encajada hasta los ojos. Recuerdo que sonreí a Chip, pensando que tenía el aspecto de un niño de no más de doce años. No podía ser, Paul no podía hablar en serio. ¿De verdad nos teníamos que creer que aquel mocoso era un trompetista de verdad?

Le bailaba la chaqueta por todas partes y tenía aspecto de torpe, todo rodillas y codos. Estaba vestido como un vagabundo, con enormes pantalones caqui sujetos con unos tirantes azules y un abrigo raído de pata de gallo. Y aquella gorra costrosa en la cabeza, que parecía que la llevaba no tanto para protegerse del frío como para esconderse. Para ocultar un mundo que no tenía ganas de ver. A juzgar por sus ropas, podía ser un niño vagabundo, aunque la manera en que se movía dentro de ellas resultaba conmovedora. No pavoneándose exactamente –era demasiado tímido para eso– pero con un ritmo que daba que pensar. Como si fuera cojo o algo.

Paul no hacía más que repetirnos que era un genio, un verdadero talento. Un virtuoso, coño, aunque yo no podía apartar la mirada de sus escuálidas muñecas.

Pero cuando cogió la trompeta nos callamos, respetuosos. Era una corneta de aspecto barato, abollada, como una chocolatina envuelta en papel de plata que alguien ha llevado demasiado tiempo en el bolsillo. Apoyó sus dedos conejunos en los pistones y ladeó la cabeza, entrecerrando el ojo izquierdo.

–Buttermouth Blues –le dijo Ernst.

El Niño asintió y empezó a soplar. Los demás nos limitamos a quedarnos de pie allí con los instrumentos preparados. Nada ocurrió. Miré a Chip, quien negó con la cabeza.



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