Un asesino en las calles by Gil Brewer

Un asesino en las calles by Gil Brewer

autor:Gil Brewer [Brewer, Gil]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1953-12-31T16:00:00+00:00


10

El camino seguía bordeando la costa a lo largo de más o menos una milla y media. Estábamos en un barrio residencial y hacia la izquierda había grandes mansiones que se levantaban frente a la bahía. Ocasionalmente surgían de la costa largos muelles, y había embarcaciones amarradas a algunos de ellos. Decidí alejarme lo más posible de Lillian antes de intentar hacer algo. No podía permitir que cargase nuevamente la pistola. Los neumáticos patinaban sobre el pavimento resbaloso y después volvían a encontrar apoyo.

—¡Detenga el coche, Steve! —ordenó Angers. Estiró la mano y me tomó por el hombro—. Lillian se ha quedado atrás. ¡Detenga el coche!

Muy bien. Decidí detener el coche. Clavé los frenos con todas mis fuerzas y perdí el control del cupé.

Patinamos hacia la izquierda, nos subimos a la acera y zigzagueamos como locos sobre un amplio y hermoso jardín. Les erramos por poco a dos cocoteros y tironeé del volante.

—¡Steve! —le oí gritar a Angers. Algo me golpeó en la parte posterior de la cabeza.

Entonces solté el volante. Me volví en el asiento y me abalancé sobre Angers. Me golpeó con la pistola, gritando algo. El coche volvió a bajar a la calle, marchando ahora a menor velocidad, y enfiló hacia el paredón de la costa. Chocó contra el bajo muro, trepó sobre él, lo siguió y se detuvo con un chirrido, balanceándose. La portezuela de la derecha se había abierto nuevamente, y el coche estaba inclinado hacia allí.

Angers estaba montado sobre el respaldo del asiento delantero, y empezamos a resbalar hacia el agua. Nosotros solos, sin el auto. Yo traté de sostenerme, pero pasamos por la portezuela y caímos directamente a la bahía.

Caímos en un lugar donde el agua tenía un poco más de medio metro de profundidad. Yo sabía que uno o dos pasos más allá de la barranca el agua era mucho más profunda.

—¿Qué le ocurrió, Steve?

Me abalancé sobre él. Estaba apoyado contra el paredón. Pero no conté con la pistola. Traté de esquivarla, pero él la descargó contra mi frente. Me castigó la cabeza con la Luger, una, dos veces. Me tambaleé hacia atrás y caí. Eso era tremendamente doloroso. Oí que él hablaba, pero no alcancé a distinguir las palabras.

Yo seguía esforzándome por levantarme, pero el fondo era borroso y resbalaba constantemente. Caí hacia donde el agua era más profunda. Me arrastré en dirección al muro de la costa y vi que él estaba llenando el cargador de la maldita pistola, mientras me hablaba. En medio del dolor que me atormentaba la cabeza le oí decir:

—No debería haber hecho eso, Steve. No se comporte en esa forma. Sé que se pone nervioso, pero no hay ningún motivo para que se desahogue con su compañero, Steve.

Alguien gritó desde arriba:

—¡Eh! ¿Hay alguien ahí abajo?

Ninguno de nosotros contestó. Me acerqué a Angers. Él estaba terminando de llenar el cargador. No podía moverme con rapidez sobre el fondo lodoso y mis pies resbalaban una y otra vez. Oí que el esfuerzo y el fracaso me hacían sollozar.



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