(Trilogía De Ginebra 02) Lanzarote. El caballero del Lago Sagrado by Rosalind Miles

(Trilogía De Ginebra 02) Lanzarote. El caballero del Lago Sagrado by Rosalind Miles

autor:Rosalind Miles
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Aventuras
ISBN: 9788484506805
editor: www.papyrefb2.net


Capítulo 31

Desde el sendero que discurría por abajo no se les distinguía del propio bosque, y desde más cerca los seis u ocho montones de hojarasca no llamaban la atención en la cresta donde se hallaban. Todas las criaturas de los bosques sabían volverse invisibles cuando lo necesitaban. Las que ahora estaban allí agazapadas, preparando la emboscada, ya formaban parte de la espesura.

Pero eran hombres también, y todo hombre debe vivir de algo. Al oír el ruido de cascos, del montón más adelantado se agitó un poco y de él asomó una cabeza vigilante. Ver unos viajeros por la lejana cañada tan tarde en un día de invierno presagiaba un buen botín para el grupo de bandidos, aunque sólo desgracias para los otros.

El cabecilla escudriñó con su único ojo bueno por entre la hojarasca y sonrió ante lo que divisó. Dos jóvenes caballeros, ricamente ataviados, hermanos a juzgar por su parecido, presas fáciles como lo eran siempre los hijos de ancianos señores. Educados con toda clase de caprichos, equipados con las mejores armas pero sin haber conocido jamás lo que era la auténtica lucha. De todos modos ese par de blandengues enseguida descubriría para qué servían las espadas.

El jefe se preparó para dar la señal de ataque. Junto a él su segundo ya estaba listo, y los demás hombres jadeaban ansiosos por saborear la sangre. Sabía que le costaría conseguir que no se excedieran, que se limitaran a coger el botín y huir, pues empezaban a mostrar una peligrosa tendencia a matar a los viajeros desprevenidos.

Hizo una mueca que dejó a la vista un puñado de muñones negruzcos en su boca. Nadie excepto un loco disfrutaría con la tarea de matar. Y sólo aquel que realmente quisiera morir permanecería en el lugar en que había matado.

Su segundo se removió y le rozó el brazo. Los dos jóvenes caballeros estaban casi debajo de ellos en esos momentos. Avanzaban con las riendas aflojadas, balanceando los pies calzados con mallas para descansar sus agotadas piernas. Era evidente que llevaban horas cabalgando, de modo que les resultaría más fácil reducirlos.

Hizo la señal y los atacantes descendieron por la pendiente con tanto sigilo como cae la nieve de marzo. Sin darles tiempo para gritar, desmontaron a los caballeros, los golpearon y desarmaron. Luego los llevaron ante el cabecilla con los brazos atados, uno con un profundo corte encima de un ojo y el otro aturdido y temblando después de haber recibido un porrazo en la cabeza.

—Bien, mozalbetes —dijo el jefe con una sonrisa de desprecio—, ¿quiénes sois?

Los caballeros se miraron antes de que el mayor respondiera:

—Somos los hijos de sir Bernard de Astolat, señor del castillo que hay junto al pantano.

—¿Cómo os llamáis?

—Mi hermano se llama Tirre, y yo Lavain.

—Caballeros los dos.

—Por supuesto.

—Por supuesto —repitió el forajido imitándole. Señaló con la cabeza a Tirre—. ¿Y a éste qué le pasa? ¿No sabe hablar?

—Creedme, villano, soy capaz de hacer que os...

—Esperad, hermano. —Sir Lavain no apartaba la vista del cabecilla mientras hablaba—. Estamos en vuestras manos al parecer.



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