Tribuno de Roma by Robert Fabbri

Tribuno de Roma by Robert Fabbri

autor:Robert Fabbri [Fabbri, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2010-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo XVII

Se les echó encima la noche. Había dejado de llover. Al galope, habían dejado atrás las colinas y, ya a paso lento, estaban atravesando una zona pedregosa. La luna llena brillaba entre las nubes deshilachadas que cubrían el cielo, iluminando el camino que seguían los caballos por aquel terreno áspero. Más abajo, a su izquierda, atisbaban a ratos la calzada de la Via Aurelia, por la que, de vez en cuando, aún pasaban algunos carromatos y grupos de viajeros. Más allá, en lo alto de un risco, parpadeaban las luces de una ciudad.

—Cosa —le dijo Vespasiano a Magno—. La hacienda de mi abuela está al norte de la ciudad, mirando al mar. Tendremos que pasar al otro lado de la calzada para tomar el camino que va hasta allí. A mitad del trayecto, a la derecha, sale un sendero que lleva hasta la propiedad.

—No parece que éste sea mal momento para intentarlo, amo —observó Magno—. Todo parece bastante tranquilo, y no creo que haya nadie que desee tanto como yo un plato de comida caliente y un lecho acogedor. Me sorprende que seas capaz de seguir a lomos de tu montura. Pie a tierra, compañeros; llevaremos los animales por las riendas hasta la calzada.

Se detuvieron en un olivar a unos cincuenta pasos de la intersección de la Via Aurelia con el camino que, colina arriba, llegaba a Cosa. A lo lejos, escucharon el estruendo de un nutrido grupo de jinetes que venía del sur.

—¿A qué distancia estarán? —inquirió Vespasiano.

—No sabría decirte —respondió Magno.

—A lo mejor ni siquiera son pretorianos.

—Me juego lo que quieras a que sí. Si fueran tropas auxiliares, ya habrían levantado el campamento antes de que se hiciera de noche. Seguro que son pretorianos. Se habrán dado cuenta de que los hemos adelantado hace unas cuantas horas, y supongo que se dirigen hacia el norte para montar otro puesto de guardia en la calzada.

—¿Qué hacemos, pues? ¿Nos vamos a galope tendido? —susurró Mario.

—Mejor no. Dejemos que sigan adelante.

Vieron las antorchas que precedían a la rápida columna y, con el corazón encogido, observaron cómo se acercaban. Cuando la tropa, unos cien hombres armados, llegó al cruce, el oficial que iba al frente se detuvo.

—Clemente, tú y la mitad de los hombres seguid unas diez millas calzada arriba y montad allí el puesto de vigilancia. Busca en todas las posadas, granjas y graneros que te salgan al paso por el camino. Yo me quedaré con el resto y rastrearemos la ciudad. Si no encontramos nada, nos veremos mañana temprano. Envía patrullas en cuanto amanezca, pero siempre de más de cuatro hombres. No quiero que se repita el desastre de hoy por la mañana.

—Se hará como dices, Macrón —contestó el joven decurión, saludando a su superior; el resplandor de la antorcha relucía en su yelmo cuando volvió junto a la columna—. Las dos primeras turmae, venid conmigo —ordenó, antes de partir al galope calzada arriba, seguido por los dos escuadrones.

En cuanto se fue el último de los sesenta hombres, Macrón se dirigió a los que se habían quedado a su lado.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.