Tratado de la barbarie de los pueblos civilizados by Denis Diderot

Tratado de la barbarie de los pueblos civilizados by Denis Diderot

autor:Denis Diderot [Diderot, Denis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1779-12-31T16:00:00+00:00


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SOBRE EL COMERCIO[67]

La historia antigua constituye un espectáculo magnífico. Su cuadro continuo de grandes revoluciones, de costumbres heroicas y de sucesos extraordinarios aún será más interesante a medida que resulte más difícil encontrar algo parecido. ¡El tiempo de la fundación y la caída de los imperios ya ha pasado! ¡Ya no volverá a existir un hombre ante el que «la tierra enmudeció»![68] Las naciones, tras tambalearse largo tiempo, tras los combates desencadenados por la ambición y el afán de libertad, parecen resignadas hoy en día al anodino reposo de la servidumbre. Hoy, para conquistar ciudades y por capricho de ciertos hombres poderosos, se combate con armas de fuego; antaño se combatía con la espada, para destruir o fundar reinos, o para vengar los derechos naturales del hombre. La historia de los pueblos es adusta y corta, sin que por ello sean más felices. La opresión diaria ha sucedido a los tiempos de conflictos y tempestades; se mira con escaso interés a los esclavos más o menos envilecidos que se golpean entre sí con sus cadenas para complacer las fantasías de sus amos.

Europa, la parte del globo que más influye en las demás, parece haber adquirido una posición sólida y duradera. Está formada por sociedades poderosas, instruidas, extensas y recelosas casi por igual. Estas se presionarán las unas a las otras y, en medio de esa fluctuación continua, unas se extenderán y otras se encogerán, y la balanza se inclinará hacia un lado u otro, sin jamás volcar. El fanatismo religioso y el espíritu de conquista, esas dos causas perturbadoras del globo, ya no son lo que fueron. La palanca sagrada, cuyo extremo se halla sobre la tierra y el punto de apoyo en el cielo, se ha roto o ha perdido vigor. Los soberanos comienzan a comprender, no para el bien de su pueblo, que apenas les concierne, sino por su propio interés, que lo fundamental es conjugar la seguridad y la riqueza. Se mantienen ejércitos numerosos, se fortifican las fronteras y se comercia.

En Europa impera un espíritu de trueque y de intercambio que puede dar lugar a grandes especulaciones de los particulares, pero este espíritu es amigo de la tranquilidad y la paz. Una guerra entre naciones de comerciantes es como un incendio devastador. No tardará en llegar el día en que la sanción de los gobiernos se extienda a los compromisos particulares de los súbditos de un pueblo con los de otro, o en que las bancarrotas, cuyos efectos se acusan a enorme distancia, se conviertan en una cuestión de Estado. En las sociedades mercantiles, el descubrimiento de una isla, la importación de un nuevo producto, la invención de una máquina, el establecimiento de una factoría, la irrupción de una rama del comercio o la construcción de un puerto se convertirán en las transacciones más importantes; y los anales de los pueblos tendrán que ser escritos por comerciantes filósofos, igual que antaño los escribían historiadores oradores.

El descubrimiento de un nuevo mundo podía por sí solo alimentar nuestra curiosidad.



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