Todos llevan máscara by Laura Freixas

Todos llevan máscara by Laura Freixas

autor:Laura Freixas [Freixas, Laura]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2018-02-19T00:00:00+00:00


1996

MARTES 2 DE ENERO

El domingo, 31 de diciembre, por la noche, vimos en vídeo Intolerance de Griffith. Yo me dormí un poco. Todo muy tranquilo. Oímos llorar a Wendy; E. se levantó y fue a su cuarto. Al cabo de un rato fui yo también. E. tenía a Wendy abrazada y la consolaba, llamándola bébé. Les di un beso a cada uno deseándoles feliz año nuevo: eran las doce en ese momento.

Entrevisté a Landero y Marías. Landero, de una modestia impresionante, un hombre agradable, tranquilo, muy leído, con opiniones propias, y que no parece extraer ninguna vanidad del haber escrito una de las mejores novelas españolas del siglo. Le tiré de la lengua a propósito de la historia del manuscrito. Nos contó que lo había enviado a cuatro editoriales («y no a veinticinco como se anda diciendo por ahí, se han desorbitado las cosas»; de acuerdo; pero ¡qué cuatro!, las cuatro más importantes). Anagrama: la mandó al premio; se la devolvieron sin comentarios, ni siquiera quedó finalista. Alfaguara: se la devolvieron con una cartita «hiriente» (!!!). Seix: Gimferrer pretendía que la corrigiera, reduciéndola hasta dejarla poco menos que en una novela breve. Tusquets sí aceptó.

Marías: un seductor, principalmente ocupado en seducirse a sí mismo. Si yo intervenía, no por eso dejaba él ni por un momento, ni por cortesía, de hablar. Moraleja: no intervenir más; ¿a mí qué me importa? Tengo que hacerme a la idea de que los entrevistados no sienten la menor curiosidad por las opiniones de los entrevistadores.

Terminé el diario de Rosa Chacel. Qué mujer tan curiosa. De otra época: hace cosas como confeccionarse ella misma la ropa, llevar el reloj al Sacro Monte, o para que no se duerma la amiga que la lleva en coche a Badajoz, pasarse todo el trayecto cantándole zarzuelas. Alcanza el éxito a los ochenta años, más o menos. Se pone a trabajar «a destajo» (la frase se repite varias veces en el diario), para aprovechar que ahora le piden, le encargan, le ofrecen, le pagan. Pesetera áspera y fría, que en el diario al menos, no lo oculta, como una especie de desquite, de hambre atrasada (y es que hasta poco antes, con frecuencia no tiene dinero ni para ir al cine o franquear una carta). Al mismo tiempo, se siente envilecida, habla de «abyección», de «indignidad»: durante años, trabajó haciendo «literatura pura» (mientras su marido sacrificaba su vida a lo económico, dice), sin otro criterio que su propia opinión «infalible»; ahora, se lamenta, todo lo que hace lo hace por interés.

Varias veces repite que ahora que tiene éxito es cuando más amarga se siente, y no queda claro por qué. (Evidentemente, me interesa mucho. Durante mucho tiempo pensé que el éxito era el remedio a todos los males. De esa primera etapa pasé a la segunda: estaba racionalmente convencida de que el éxito es incapaz de hacer milagros… pero en el fondo no me creía esa certeza racional. La tercera es ahora: apreciar de veras mi anonimato, sabiendo —lo



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