Todos habían dejado de bailar by Alberto Valle

Todos habían dejado de bailar by Alberto Valle

autor:Alberto Valle [Valle, Alberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2022-11-03T00:00:00+00:00


* * *

Observó cómo aquellos dos cabrones se alejaban por la calle de Aragón en dirección a Villarroel, cuya esquina doblaron y, una vez perdidos de vista, cayó de culo al suelo mientras su corazón trataba de salir a patadas de la caja torácica y la respiración se le entrecortaba, como si hubiera fluido gracias a un grifo que se acabara de cerrar de golpe.

—Francesc, cariño mío, ¿qué ocurre? —oyó de pronto la voz de Pilar a sus espaldas.

Había olvidado por completo que estaba citado con ella. La idea de su compañía le calmó lo suficiente para que un alud de lágrimas empezara a serpentear sobre su rostro. Se sintió ridículo, débil, los hombres no lloramos y, si lo hacemos, desde luego nunca es delante de una mujer. Pero ni siquiera aquel convencimiento sobre cómo y cuándo puede un varón sollozar pudo impedir que el manantial se detuviera.

—¿Qué ha pasado, amor? —preguntó ella abrazándolo.

Algo había entendido del asunto, porque aquella tarde había llegado con antelación a su cita y había decidido hacer tiempo tomándose un té en un bar situado cerca del almacén desde cuya cristalera se divisaba la entrada de este. El mismo local donde, meses después, Jack Hall iba a aguardar a que Jimmy Walker saliera de su primer y último encuentro con Reinosa. De modo que Pilar había visto a su amante y fuente de ingresos bajando la persiana. Y había reconocido a Iván, aquel chaval del set del rodaje de Juventud a la intemperie, que le había dado, para qué negarlo, unos buenos meneos y que tan mal se había tomado sus calabazas, pero qué quieres, eres un crío.

Pilar y Francesc se metieron en el almacén y fueron al despacho, que ella veía por primera vez, lo que le sería muy útil, meses después, cuando dibujara con Stephen el plano del que entregarían una copia a Jimmy Walker.

Reinosa bebió un vaso de agua del grifo y se sentó en la butaca del despacho donde más adelante perdería la vida. Se aflojó la corbata y se desabotonó el cuello de la camisa.

—Cuéntamelo todo —dijo ella acariciándole el rostro y omitiendo lo que había visto desde la cafetería.

Y él explicó, que he gastado mucho dinero y he ganado poco, que si tengo la mente en Babia, que si a mis hijos no les ha de faltar de nada y a mi mujer tampoco, que pese a todo esa bruja no deja de ser eso, mi mujer; que tampoco te debe faltar nada a ti, que mi corazón te pertenece, que tampoco puedo yo ir a un banco a pedir prestado y exponerme a que se sepa que ando mal, porque en este negocio la discreción lo es todo, que ahora sí que la cosa està fotuda, porque si empiezo a pagar la deuda al Julio Romero ese, con los intereses, no me va a dar tiempo a recuperarme y estos hijos de perra no atienden a razones y va a ser la ruina, la absoluta ruina, maldita sea mi estampa.



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