Todo por un orgasmo by Rómulo Aponte

Todo por un orgasmo by Rómulo Aponte

autor:Rómulo Aponte
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Erótico, Relato
publicado: 2008-08-12T16:00:00+00:00


Virgen a los 35

Este paciente es un profesional exitoso, muy dedicado a su trabajo, muy disciplinado, con una situación económica muy solvente, pero es extremadamente tímido con las mujeres. No sabe cómo tratar con ellas en ningún plano, ni como compañeras de trabajo siquiera. Le dan pánico. La ayuda que quiere, es para saber cómo acercarse a una mujer. Porque este hombre, a sus 35 años, jamás ha tenido sexo. Es virgen. Insisto: 35 años.

El cuenta que sólo pensar en sexo le genera ansiedad, terribles nervios. Entonces le doy instrucciones para que aprenda a tener fantasías con mujeres y sentir placer al mismo tiempo. Le explico que piense en sexo, que tenga fantasías sobre cosas que le gustaría hacer con una mujer bella, y que se masturbe mientras lo hace. Le digo también que detecte los pensamientos negativos que le vengan a la mente, aquellas ideas que lo paralizan de miedo, y que los anote en una libreta para que me los cuente todos en la sesión siguiente.

Entonces, este hombre parpadea, se me acerca y me dice, bajito aunque no hay más nadie en el consultorio: «Uy, doctor, es que… bueno… lo que pasa es que yo nunca me he masturbado, yo no sé cómo se hace eso».

Llegó al final de la niñez, pasó la adolescencia, la juventud, y a los 35 años este hombre ignoraba por completo qué era tener un orgasmo, qué era eyacular, qué era tocarse, algo tan normal y tan común en un hombre sano como lo es masturbarse. Jamás.

Le pregunté cómo era eso posible, conversamos un rato sobre el tema, y me encontré con otra sorpresa: el paciente ni siquiera se había descubierto el glande, nunca había visto la cabeza del pene. Nunca, ni de niño, ni ahora, nunca, había logrado retraer el prepucio, la capa de piel que cubre la punta del pene, para lavárselo siquiera, algo que nos enseñan a hacer a los varones, normalmente, desde pequeños. No lo tenía cerrado, afortunadamente, como le pasa a algunos. El prepucio le funcionaba. Pero como un nene gigante, lo tenía cerrado sobre su glande.

Resultaba realmente sorprendente la relación que este hombre tenía con su cuerpo, o más bien la ausencia de ella. Imaginemos entonces el desconocimiento que tenía, un desconocimiento casi absoluto, sobre la maravillosa experiencia de la sexualidad.

El hombre no podía liberarse de sus complejos y de sus inhibiciones si no lograba que él, al menos, liberara su glande. Había que empezar el trabajo desde, mucho antes. O sea, desde el principio: su infancia.

El paisaje de su niñez era espantoso. Padre y madre, de origen ruso, eran retrógrados, campesinos, que jamás, por ninguna circunstancia, hablaban de sexo. Eran personas que apagaban el televisor si salían un hombre y una mujer dándose un beso. En las pocas veces en que tenían sexo, lo hacían vestidos y con la luz apagada, según me contó el paciente. A él lo criaron diciéndole que si tenía pensamientos impuros o se tocaba o tenía algo remotamente cercano al sexo, el cielo lo iba a castigar de manera espantosa.



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