Todo lo que dejamos atrás by Susan Elliot Wright

Todo lo que dejamos atrás by Susan Elliot Wright

autor:Susan Elliot Wright [Elliot Wright, Susan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2014-12-31T16:00:00+00:00


23

Mientras regresaba al tenderete caviló en cómo el pobre Andrew había perdonado al instante a su madre por haberle dado un manotazo y luego volvió a pensar en su propia madre. ¿La había ella perdonado de verdad? Era fácil perdonar las trifulcas irracionales avivadas por unas copas de más, las vomitonas en el cuarto de baño, los bochornosos intentos de su madre borracha de bromear con sus amigas. Pero lo que más le dolía era la sensación de abandono, el haber tenido una madre solo hasta los doce o trece años, porque por aquel entonces la bebida ya se había vuelto mucho más importante que ella. En una ocasión robó un lápiz de ojos y un pintalabios Miners en un mostrador de Woolworths esperando que la pillaran: quería que su madre hiciera algo por ella, aunque no fuera más que ir a recogerla a la comisaría de policía.

Volvió a sentarse tras la mesa del tenderete. El olor del aroma dulzón de los imponentes algodones de azúcar de color rosa que la gente compraba a puñados le revolvía el estómago. Scott estaba tardando mucho y ella deseó que llegara de una vez, se moría por tomarse una bebida fría. Todavía se seguían deteniendo algunas pocas personas a mirar la bisutería. Una anciana abanicándose con un abanico idéntico a los que ella había comprado antes, le sonrió señalándole con el dedo unos pendientes de lapislázuli. A Eva le había llevado lo suyo hacerlos y eran preciosos: unas piedras de color azul intenso con vetas doradas engarzadas en plata. Probablemente eran mucho más caros que los otros, hechos sobre todo de conchas o de cristal de roca engarzados en metal.

—¡Qué bonitos son los azules! Mi nuera va a cumplir pronto veintiún años y estoy segura de que le encantarán —le contó la mujer sosteniéndolos en alto para verlos de cerca—. ¿Cuánto valen, cariño?

—Voy a mirarlo —repuso ella abriendo la caja de tabaco para consultar el precio. ¡La lista de precios había desaparecido! Quizá se le había caído al suelo. O la había arrojado al césped sin querer—. Espere un segundo —le dijo a la clienta mientras alzaba un poco la sábana de la mesa.

Arrodillándose, la buscó debajo de la mesa, había visto el pedazo de papel escrito con la letra de Eva sobre el césped seco, pero ahora no estaba. El viento no se lo podía haber llevado, no soplaba la más ligera brisa.

—Lo siento, no encuentro la lista de los precios…

—¿Quieres que vuelva dentro de un rato?

Jo vaciló. Si dejaba que la mujer se fuera, quizá no volvería.

—Creo que cuestan…

No eran baratos, lo sabía, porque Eva dijo que harían un buen negocio con ellos, pero salían bastante caros de material y solo había hecho unos pocos porque no eran tan comerciales como los otros, que se vendían como rosquillas a una libra y a una libra y media. Usa tu sentido común, le había dicho Scott. Los dos se quedarían impresionados si vendía un par de pendientes caros.

—Estoy casi segura de que cuestan cuatro libras setenta y cinco peniques —repuso conteniendo el aliento.



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