Todo arde by Juan Gómez-Jurado

Todo arde by Juan Gómez-Jurado

autor:Juan Gómez-Jurado [Juan Gómez-Jurado]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, Thrillers, Suspense, Espionage, Mystery & Detective, General
ISBN: 9788466672481
Google: 1ddyEAAAQBAJ
Amazon: B0B33YWVHR
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-10-17T22:00:00+00:00


5

Un cuarteto

Las bulerías bajan por el hueco de la escalera a la que ellas suben. Y eso que la puerta del piso —el cuarto derecha— está cerrada a cal y canto. Hay varios segundos en los que el estruendo de eslabones, manijas y cadenas se impone a la música. Y, finalmente, cuando la puerta se abre, las bulerías vuelven a invadir todo el aire disponible.

Son tus manos las cadenas, ay qué bonito presidio, para sufrir yo mi condena.

(pero con muchas más vocales)

La música no es lo único que le salta a la cara a Aura, porque detrás de José Mercé, surge un olor a ajo y pimiento verde.

Y, enmarcado en el olor y el sonido, el ser humano más feo que Aura ha visto en su vida.

Calvo, esmirriado, de edad indeterminada. Con los ojos achinados y menos dientes que una serpiente de plástico.

Aura se sorprende de que una sonrisa pueda tener tantas ausencias y al mismo tiempo esté tan llena de alegría y honestidad.

—¡Mi sargento —grita el buen hombre—, ha llegado Celeiro!

—Buenas tardes, Chavea —dice Mari Paz, abriéndole los brazos.

El Chavea se lanza al hueco como un golden retriever a una cama elástica. Ella le saca una cabeza, con lo cual él puede apoyar la suya en las partes más mullidas de Mari Paz, a la que no parece importarle demasiado.

—Qué bueno verte. Nos tienes abandonados.

Entre el acento sevillano cerrado y la falta de incisivos, la pronunciación tenía muchas menos consonantes, pero sorprendentemente resultaba comprensible de todas formas.

—Ea, compañeriño —dice Mari Paz, apartándole del abrazo—. Quita para allá.

El Chavea se separa a regañadientes, y mira a Aura con atención.

—¿Ésta es la jefa?

—No te adelantes, Chavea. Primero que os conozca a los cuatro.

El aludido no es de los que se reserva lealtades. Estrecha la mano de Aura y le dedica una sonrisa candorosa, que Aura se encuentra devolviéndole con la misma intensidad. Es imposible mirar a esos ojos negros y limpios sin sonreír.

¿Dónde me has traído, Mari Paz?, piensa. Pero ya no con la desconfianza de antes, sino con la mente abierta que le prometió después de la bronca.

—Venirse, que llegan ustedes a tiempo para comer algo.

—Huelo a gazpacho —dice Mari Paz, mientras le siguen pasillo abajo.

—El sargento está haciendo, pero ése ya para mañana. Algo frío tiene que haber en la nevera, digo.

El piso no es muy grande, pero tiene tres habitaciones y un salón con su cocina incorporada. Los muebles son viejos y están desportillados, pero en el lugar reina una limpieza impoluta y un orden espartano. Los pocos libros de la estantería, clasificados por colores. Las revistas de la mesita, ordenadas por alturas. Las sillas, a milimétrica distancia unas de otras, igual que los cubiertos, que aguardan a...

—Las invitadas, mi sargento —anuncia el Chavea al entrar.

Inclinado sobre los fogones, un hombre achaparrado y ancho hace gestos de que esperen un momento, y sigue dándole matraca a la batidora.

Cuando se gira, con un cigarro a medio fumar colgando del labio inferior, lo hace con gesto adusto.

—¿Pero no les has ofrecido que se sienten, animal? —grita, agitando la batidora en dirección al Chavea—.



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