Toda una vida by Vega Manhattan

Toda una vida by Vega Manhattan

autor:Vega Manhattan [Manhattan, Vega]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2020-05-18T16:00:00+00:00


Capítulo 8

Hacía varios días que Nacho estaba en la hacienda Taylor. Hacía su papel, era un mozo de cuadras. Y lo hacía con gusto además, recordando viejos tiempos.

Y compartiendo vivencias con antiguos amigos.

Pedro no podía creerse que Nacho hubiese regresado, pero se sentía feliz de ello. No le había contado qué hacía ahí, pero él era prudente y prefería esperar a que quien fue su amigo le explicase.

Porque había cosas que él podía imaginar.

Quien no estaba nada contento con la llegada de Nacho era Spencer y tenía harto a todos los demás con su mal humor. Sobre todo a Dana, quien había optado por salir huyendo cada vez que lo veía para evitar discutir con él. Había sido suficiente con la discusión que provocó Nacho con el maldito masaje. Porque Spencer armó un drama…

Madre de Dios, ¿desde cuándo era tan exagerado? En fin…

La cuestión era que ese hombre también tenía a Nacho hasta las pelotas y este no iba a tardar en explotar. Porque ya tenía suficiente con no haber visto apenas, ni de lejos, a su hija porque había vuelto a las clases y tenía que ponerse al día con el tiempo que había perdido según le explicó Dana cuando él le exigió saber qué ocurría y, para colmo y no ayudando para nada a su humor que las pocas veces que conseguía poder hablar con Dana, él apareciese de la nada.

¿Pero es que ese hombre trabajaba de guardaespaldas o qué?

En definitiva, que Nacho estaba esa tarde que iba a darle algo.

Menos mal que Dios o el universo o algo allí arriba parecía existir y mientras recogía los cubos de agua que había usado, vio, por el rabillo del ojo, cómo una morena se acercaba.

Su humor cambió al verla.

—Hola —sonrió ella al llegar a su lado.

—Hola, Alice —una amplia sonrisa en su rostro.

—Me preguntaba si podías hacerme un favor —se agarró las manos a la espalda, con el gorro entre ellas y se mordió el labio, nerviosa.

Nacho quiso reír, el mismo gesto de su madre.

—¿Un favor? —si traía el gorro, era evidente de qué se trataba, ¿verdad? Sí, era eso. Él la había estado observando y lo usaba para cabalgar. ¡Se parecía a él!

—Sí. Es muy importante. Y algo urgente, además.

—¿Te ocurrió algo?

—No, no —negó ella rápidamente—. Pero me ocurrirá si no me ayudas.

Joder, pues sí que sabía asustar.

—Me estás poniendo nervioso, Alice.

—Yo también lo estoy, así que estamos empatados —dijo ella con toda la tranquilidad del mundo. Tenía un nerviosismo ella impresionante…— Verás, necesito que me cubras.

—¿Que te cubra?

—Sí. Mi madre no me deja montar hasta mañana, pero yo ya me puse al día con las cosas de clase y necesito cabalgar o me voy a volver loca.

—Entiendo…

—¿Verdad? Me alegra que lo hagas, porque quien no es un jinete como nosotros… Porque tú lo eres, ¿verdad?

—Sí —rio él.

—Lo sabía, aunque no te haya visto cabalgar y seas mozo de cuadra, eso se nota.

—Imagino —se iba a descojonar de la risa.

—Pues eso, quien no es como nosotros no puede entendernos.



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