Tiresias by Marcel Jouhandeau

Tiresias by Marcel Jouhandeau

autor:Marcel Jouhandeau [Jouhandeau, Marcel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1977-01-01T00:00:00+00:00


Pierre

Ayer, Pierre estuvo cariñoso tras esos potentes músculos oprimidos, según decía, por la ropa ajustada. Conoce mi predilección por Philippe y Richard, y no los criticó. Alabó su cultura, su distinción, superior a la suya:

—Es muy sencillo, tienen todo lo que a mí me falta. Sólo tú podrás decir si tengo lo que les falta a ellos —se lamentó, con la humildad de un bastardo que se aparta frente a los perros de raza, pero recompensé su generosidad con creces exaltando sus méritos más tangibles, todos bien reales.

¡Qué delicioso mundo encuentro en este recoveco del mundo, tan injustamente tenido por infame!

Sé que aquí soy…, ¿se puede decir en este caso «estimado» con orgullo?…, «amado» —sería más justo y considerado a la vez—, quizá «respetado». ¡Ah, la consideración de la chusma! ¡Inspirar respeto en los rufianes! He aquí un extraño y desconcertante valor, al que evitaré despreciar. Y es que nuestras virtudes nos siguen al burdel; nadie me confunde, en efecto, con la multitud de los aficionados. Allí soy «el Cicatriz» o «el Camisa Azul», al igual que otro es «el Hombre de las Cadenas», aquél «el Chacal», o un cuarto «la Petulante». Me consideran el cliente con el que todos sueñan, ni avaro ni tramposo, que conoce el precio de ser satisfecho, de una caricia bien hecha; a su vez, ellos no son avaros ni tramposos conmigo, con la esperanza de retenerme. Un juego legítimo.

Mientras me desvisto como suelo hacerlo, lentamente, lo observo a hurtadillas. Pierre, que en un instante se deshizo de su pantalón, su jersey y sus sandalias, ya desnudo me observa, echado en la cama, las manos juntas detrás de la nuca, con la secreta intención de excitarme desplegando sus encantos: las matas de pelo de sus axilas y de su entrepierna dibujan un triángulo que enmarca la perfecta redondez de sus formas opulentas, como anudadas en los bíceps, los pectorales tirantes, las pantorrillas en forma de pera. Entre las piernas generosamente separadas se exhibe como uno de sus atributos más dignos un sexo admirable en reposo, como una enorme y negra maroma que pende sobre el flanco de una nave que zarpa hacia alguna fabulosa aventura.

En cuanto estoy listo, viene a buscarme, tira de mí y yo empiezo a temblar, a gimotear de miedo, a suplicarle que me trate con cuidado, que no sea brutal ni demasiado duro, como una presa bajo el buitre que la acecha o bajo el cuchillo que la sacrificará. Entonces inventa para mí apodos cariñosos mediante monosílabos ensalivados, de los que entiendo menos el sentido (habla un dialecto propio) que la amabilidad o la ironía, cuando no los condimenta de golpe con groserías, en este caso inteligibles, o con alguna amenaza que me paraliza de horror. Al mismo tiempo, su mano me toca en el lugar preciso, sus caricias me excitan y me calman, poco a poco rodea mi cintura con su sólido brazo, que pesa sobre mis caderas, y de repente me atrapa y me oprime. Su rostro se eclipsa,



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